Eduardo Blandón
No todo ha sido beneficio para la sociedad el avance de la ciencia. Hay que decirlo porque el sentimiento generalizado es que habitamos un mundo en el que vivimos según las ventajas de la racionalidad que ha permitido un estado de perfección. El origen de ese optimismo quizá se funde en una contemplación del pasado como un período miserable y cierto sentido de satisfacción por el disfrute de bienes tecnológicos.
Sobre esto hay que decir, en primer lugar, que no todos tienen acceso a la riqueza generadora de bienestar. Eso es palmario fundamentalmente en los países pobres, las naciones en vías de desarrollo donde aún hay desnutrición y las condiciones de vida son más germen de muerte. En segundo lugar, más allá de lo relativo al desarrollo humano (que no llega y aún es un concepto vacío), nuestra situación periférica nos excluye de protagonismos y nos expone a la reactividad.
Con todo, aún quienes participan de cierto de bienestar han debido sacrificar elementos esenciales de la vida a causa de las ventajas de la tecnología. Pienso, por ejemplo, en la pérdida de privacidad e invasión de lo digital en los espacios arrebatados con impunidad. El saqueo de datos de Google, en primer término, la venta de datos de Facebook, y, el monopolio insano de Amazon y las demás compañías tecnológicas que nos imponen sus modelos y mercados.
La llegada de internet ha facilitado el imperialismo cultural que impide el pensamiento alterno. El modelo ha erigido jueces que dictaminan lo que es conveniente y justo. De ese modo, de manera sutil han puesto de moda nuevos tribunales inquisitoriales en el que se condena sofisticadamente a los herejes contemporáneos, quiero decir, a los que profesan una religión que no sea la oficial de Bezos, Musk y Zuckerberg.
Vivir con prisa es solo uno de los efectos del paradigma tecnológico centrado obsesivamente en la producción y resultados gananciales. El modelo dice optar por valores seculares, la vida, la libertad y la justicia, pero los efectos del sistema son todo lo contrario. El sistema es tan dañino que para timarnos ha debido inventar lo “poshumano” para decirnos que lo suyo es superación de las condiciones que niega.
De ese modo, avanzamos seguros a sociedades zombis, sin capacidad de pensar, juzgar ni criticar porque estamos conectados o empeñados en finalizar las series de Netflix. Comunidades alienadas buscando el amor en las redes, optando por la intimidad virtual por nuestra incapacidad de relacionarnos físicamente. Muy entusiasmados por la vida política, expresando nuestras protestas en Twitter.
El estado de nuestros tiempos respecto al pasado reciente es irreconocible. Hemos transitado hacia una nueva humanidad cuyo excedente no es la vida, la libertad ni el acceso a los bienes. Priva un modelo hecho a la medida de los dueños de las compañías tecnológicas que actúan en la impunidad y se enriquecen sin medida. Los listos que se sienten facultados para dirigir nuestras vidas y dictarnos lo que nos merecemos. Ya veremos el resultado de sus experimentos.