Mario Alberto Carrera
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El poder –en sentido político y como gran emisor- es dueño o se adueña del conocimiento que trasmite -a un receptor- por los medios de comunicación casi siempre a su servicio. De esto excluyo a La Hora, por su equidad y compromiso con la libertad.
La manipulación de la “verdad” se puede practicar incluso mediante una carta, circular o comunicación, de manera proterva o viciada, en la medida en que el mensaje esté condicionado por intereses creados (como en el embustero Estado de Giammattei). Una carta -hoy un correo electrónico para ir con los tiempos digitales- una nota informativa -que puede aparentar buena fe y bonhomía y hasta encomio al bien común- puede estar cargada de emotividad y emociones perversas. Esto es posverdad. Bulo. Fake news
Los accesos al poder (al Estado) son caminos escritos por palabras (lengua o idioma) o, cuando se es muy poco sesudo y simple, por lluvia de emoticones.
Pero la lengua, que es divina y maldita productora de palabras, puede estar –y casi siempre lo está y no es que yo sea muy pesimista- aberrada por el poder que el poder torna perversa (o al idioma: signos) para adueñarse del conocimiento.
¿Pero estoy yo diciendo que el conocimiento –como la verdad, como el bien- pueden no ser uno y único -como el Dios que hemos inventado- y que ¡todo!, es una inmensa falacia universal en la que navegamos dando tumbos según los tiempos y las circunstancias? ¡Pues sí, esto es sin ambages lo que quiero decir con contundencia!
Como indico arriba –y para ejemplificar con algo poco complicado- en una carta o correo electrónico con copia a los que se puede engañar o se quieren dejar engañar (doble perversión) por el remitente o emisor, se puede llevar en la praxis política el retorcimiento del verbo, de la palabra. Para los dirigentes religiosos (no todos) es el Verbo que, en su afán de posesiones terrenales (Casa de Dios) traicionan. Se puede gestionar la posverdad o el bulo desde el púlpito o la cátedra de una universidad religiosa y, todavía más imperdonable, desde la Universidad estatal, porque es pagada con nuestros impuestos.
Admito que mi análisis puede conducir al caos, a la anarquía y hasta el nihilismo. ¡Sí!, pero es que la actual circunstancia de Guatemala me hace llegar hasta tal límite con el fin de reconducir -la verdad- a la ¡verdad! Y librarnos del fake news que nos anega –excrementicio- por todas partes. Reconducir la verdad. Volver a la gobernabilidad. Reconocer y aceptar el auténtico caos de ingobernabilidad y de mentiras -que todo el mundo maneja como norma en Guatemala- hasta en instituciones donde la palabra limpia y transparente debería ser el ideal en un verdadero Estado de Derecho.
La lengua –en el sentido de órgano del habla y del idioma- puede ser divina o maldita productora de palabras cuyos conceptos deberíamos erigir y edificar sobre la moral y los valores (¿?). Pero que en la práctica construimos con sesgos infames y alevosos -posverdad o bulo, news fake- que derivan del afán de poder torcido y desde la política perfilada por la coima y el soborno ambiente.
El poder casi siempre es putrefacto, jamás incorrupto o integro. A partir del análisis que hace Engels sobre la repartición del trabajo (que es la repartición del poder) podemos notar que ya desde la familia (la primera familia) hay explotación disfrazada de abnegación. Eso es bulo. Es manipulación de la verdad. Retorcimiento de la palabra porque se racionaliza aquella primera manera de explotar en función del bien común que el padre proveerá mediante la nutrición y la seguridad. ¡Pero explotación para el poder! Igual que en El Estado sin contrato social: un monstruoso Leviatán desordenado, coronado de bulos y posverdades y hasta por un Ministerio de la Verdad como en”1984” de Orwell.