Partidarios del presidente Donald Trump queman y pisan una bandera de las Naciones Unidas durante una protesta en Detroit. Foto La Hora/Nicole Hester / Ann Arbor News vía AP

En los países democráticos es natural que la población se divida a la hora de una elección y que salgan a luz profundas diferencias entre los militantes de uno u otro partido, pero lo que las hace verdaderas democracias es la capacidad de aceptar los resultados electorales que son el mandato de la mayoría. Cuando esa capacidad se pierde, las democracias se van muriendo porque surgen los fanatismos irracionales que proclaman el no reconocimiento de la autoridad electa por la mayoría de la gente y en eso tiene mucho que ver el comportamiento de los líderes puesto que si éstos rechazan el resultado electoral, a veces alegando un fraude que no demuestran, arrastran a multitudes que desconocen a sus nuevas autoridades.

Los populismos que ahora parecen ser tendencia son realmente peligrosos en el sentido de que se fundamentan en la manipulación de los pueblos que se apartan de la razón porque creen ciegamente la voz del líder aunque sus mensajes estén llenos de engaños y mentiras. Se alejan de su papel de ciudadanos para convertirse en instrumentos del populista que no entiende ni respeta, ni le interesa, el verdadero sentido de la democracia.

En Estados Unidos se está teniendo especial cautela para no proyectar como históricamente se ha hecho el resultado electoral, precisamente porque se sabe que desde la Casa Blanca cuestionarán cualquier cosa que digan los medios y éstos prefieren esperar a que se termine el conteo de votos antes de hacer las tradicionales proyecciones. Hace horas ya que es evidente que con los votos que falta por escrutar es casi imposible que se produzca un serio viraje al panorama actual. Pero como matemáticamente aún es posible, nadie quiere correr el riesgo. Y el mensaje que reciben los seguidores de Trump es que todo esto es una conspiración de los izquierdistas para arrebatarle el poder a su líder y eso augura serias dificultades para el futuro de ese país porque quien tenga que gobernar lo tendrá que hacer con el disgusto de poco menos de la mitad de la gente que no está dispuesta a aceptar el resultado de la elección.

Escribir sobre esto relacionado con las Repúblicas Bananeras o dictaduras como las de Rusia y Corea del Norte, con las que tanto simpatizó Trump, sería cosa normal. Pero hacerlo sobre Estados Unidos con su tradición de respeto a las elecciones y a la democracia es algo que hubiera sido impensable hace cuatro años. Pero la realidad está allí y eso no cambiará fácilmente en el futuro.

Redacción La Hora

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