Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

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Víctor Ferrigno F.

Desde que Estados Unidos se asignó el papel de gendarme mundial dejó de tener amigos, y optó por la defensa de sus intereses a cualquier costo. Por eso, su política exterior hacia América Latina, y hacia Guatemala, tendrá pocas variantes, independientemente si gana las elecciones de hoy Joe Biden o Donald Trump. Sus intereses geoestratégicos penderán sobre nuestra nuca, cual espada de Damocles.

La espada de Damocles es un relato popular que debemos al historiador griego Timeo de Tauromenio (Siglo IV a.C.), aludiendo a una espada que gravita sobre nuestra cabeza y que en cualquier momento puede caer sobre nosotros.

Al momento de finalizar esta columna, en la madrugada del 4 de noviembre, las encuestas a boca de urna y los datos preliminares computados dan como vencedor provisional a Joe Biden, pero los resultados definitivos se conocerán hasta dentro de varios días, dado el complejo sistema electoral estadounidense, en el que triunfa el candidato que logre 270 votos de los Colegios Electorales, y no quien alcance mayoría de votos ciudadanos. Al lento cómputo final contribuirá el recuento insólito de casi 100 millones de votos emitidos por correo o de forma anticipada, lo que ralentiza el escrutinio definitivo.

«Esta es la elección más importante desde la Segunda Guerra Mundial: lo que está en juego es el futuro de la democracia estadounidense», señaló a la BBC Allan Lichtman, profesor de historia en la American University de Washington. Esta percepción parece ser compartida por la ciudadanía, quien hizo uso del voto anticipado y el que se emite por correo, y se volcó a las urnas, protagonizando el sufragio más alto registrado hasta ahora.

A la fuerte polarización política que vive EE.UU., se suma el mal manejo del avance descontrolado del coronavirus, que mató a más de 231 mil personas, causó la peor recesión económica desde la Gran Depresión de 1929, y alteró la campaña electoral, así como la forma de votar.

Muchos reputados analistas consideran que EE.UU. se encamina a una nueva guerra civil, que el encono popular trasciende la muerte de ciudadanos afroamericanos, y constituye un creciente desafío a un sistema excluyente, racista y corrupto, que tocó fondo.

Cuatro factores torales marcan la coyuntura actual: primero, la crisis socio-económica que generaron 40 años de gobiernos neoliberales, que dejaron 38 millones de pobres; una tasa de desempleo del 7.6%; una contracción del PIB de un 5%; y un país muy desigual, donde el 1% de los ciudadanos concentra el 38.6% de la riqueza, mientras el 90% de las familias más pobres apenas poseen el 22.8%. La tasa de pobreza para los blancos fue del 8.1% en 2018, y para los negros fue del 20.8%.

En segundo lugar, existe un descrédito generalizado contra el sistema en conjunto, y contra la institucionalidad electoral en particular. El 57% del electorado demanda que haya, por lo menos, un tercer partido para votar, rompiendo con el bipartidismo.

En tercer lugar, la ciudadanía en conjunto ha tomado conciencia de que viven en el marco de un racismo sistémico, que los está llevando a una crisis civilizatoria.

En este contexto, el cuarto factor lo constituye una violencia exacerbada por el discurso de odio, que ha provocado 800 muertos de enero a noviembre.

El interés bipartidista primordial de EE.UU. en América Latina es mantener el control geoestratégico de su traspatio, excluyendo a China y Rusia, frenar la migración, controlar el narcotráfico y adueñarse del petróleo de Venezuela, el litio de Bolivia y México, y el agua de Mesoamérica. Para cuidar de sus intereses, cual espada de Damocles, ha desplegado 76 bases militares en el área, la mayoría en Centroamérica y el Caribe. Lo demás son cantos de sirena, en inglés.

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