Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Cuando se habla (popularmente) de “la política” y “lo político”, en un considerable número de casos se tiende a confundir tales denominaciones conceptuales entre sí, usualmente se asumen como sinónimos uno del otro, y, aunque en la práctica ciertamente se encuentran íntimamente ligados, no son lo mismo (prudente es indicarlo). Similar situación ocurre a veces cuando se habla también (por ejemplo) de Estado y gobierno; presidente y soberano; poder y soberanía; y un largo etcétera que quizá sería ocioso enumerar en este breve texto en virtud de que podríamos extendernos considerablemente sin aterrizar en una conclusión o respuesta satisfactoria. No obstante, en ese orden de ideas, convendría referirnos brevemente a la situación que se da cuando se habla del quehacer gubernamental y de cómo son electos o nombrados aquellos (hombres y/o mujeres indistintamente) que en un momento dado llegan a ocupar cargos de gran importancia dentro de la administración pública. No es necesario indicar que, las más de las veces (no generalizo, por supuesto), dichos cargos son ocupados por financistas de partidos políticos, allegados a estos, o personas que llegan en representación de determinados sectores o intereses particulares, personas que, dicho sea de paso, pueden estar muy bien preparadas en su campo de acción habitual o en sus respectivas profesiones y contar con cierto reconocimiento sectorial o social (lo cual es importante y que bueno que así sea), pero ello no necesariamente significa que un individuo, por el hecho de estar o haber estado ligado a determinado sector del comercio, industria, emprendimiento, religión, etc., será un funcionario que cumplirá y sobrepasará las expectativas de la ciudadanía en el sentido de hacer bien las cosas, es decir, cumplir con sus funciones como debe ser, haciendo todo como debe hacerse, con transparencia, con eficiencia y eficacia, y en el marco del bien común… He ahí, justamente, una de las pequeñas grandes diferencias entre “la política” y “lo político” en el marco del Estado. En Guatemala, -verbigracia- esa forma de proceder por parte de un considerable número de quienes dicen o creen hacer política haciendo nombramientos políticos, ha ocasionado una degradación de la función pública que se va acentuando con el tiempo y que cuesta caro al Estado en su conjunto con el pasar de los años (y no es necesario poner ejemplos de ello dado que sobran hoy día y de más está traerlos a colación), en virtud de que muchos funcionarios y altos directivos de la institucionalidad del Estado, evidencian poco o nulo conocimiento y capacidad en el ejercicio de la administración y gestión pública, que es un cantar muy distinto al de la pertenencia a un sector exitoso, cualquiera que este sea. Hacer política es importante para la consolidación de cualquier sistema democrático en el mundo, pero no debe confundirse ni aceptarse la falta de preparación y capacidades de un funcionario, menoscabe el verdadero significado y propósito del quehacer en la función pública valiéndose de lo puramente político.

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