Raúl Molina
He estado vinculado a EE.UU. desde 1983. He visto procesos electorales muy diversos, unos con buenos resultados y otros con pésimas consecuencias. Pese a los nefastos gobiernos de Reagan y Bush Jr., nunca había visto peor desempeño como gobernante que el de Donald Trump, traicionando todos los principios y valores de su país. Hay mil razones para exhortar al voto contra Trump; pero los desmanes por él cometidos son también responsabilidad del Partido Republicano, que lo apoya firmemente. Opino, por ello, que el voto de 2020 debe ser de “castigo” contra los Republicanos, en general, y particularmente de expulsión de Trump.
Primero, Trump no cree en la democracia, ni participativa ni representativa. Cree en una república; pero no de personas iguales. Su compromiso con los ricos es total, como lo demostró al bajarles los impuestos, beneficiándose a sí mismo. Así como no cree en la igualdad ciudadana, tampoco cree en la igualdad de países. Su manifiesta animosidad contra las Naciones Unidas se basa en ello: se niega a aceptar decisiones por países “insignificantes”; y prefiere relacionarse con los grupos selectos de las potencias económicas. No cree en el multilateralismo ni en lo aportado y acumulado por la ONU de 1945 a la fecha; piensa en el dominio de los poderosos. Desea hacer de EE.UU un imperio por encima de las otras potencias mundiales. Esta mezcla de hegemonismo y racismo se proyecta con particular énfasis hacia Latinoamérica. Ante los grandes problemas de la Humanidad, no busca soluciones colectivas, sino que solamente satisfacer los intereses propios. Lo hace frente al cambio climático, y lo mostró con su fracasado enfrentamiento individual de la pandemia.
Ha trasladado su racismo internacional a “supremacismo” interno –los blancos por encima de los otros grupos étnicos- generando discriminaciones y xenofobia. Es ese el sustento de sus políticas y acciones antiinmigrantes, algunas verdaderamente criminales; justifica con el fin de “sacar inmigrantes irregulares del país” cualquier medio, lícito o ilícito, como todos los abusos y agresiones que han sufrido familias y personas del Sur. El odio hacia migrantes, parecido al de Hitler contra judíos, lo ha trasladado hacia sus países de origen, a los cuales descalifica, creando una falsa idea de sus habitantes con su “criminalización” generalizada. Un mandatario tan inhumano no merece y no debe seguir siendo presidente del país.
En última instancia, Trump es producto de sus deformaciones mentales y emocionales. Esto explica su comportamiento de adolescente y sus erráticas medidas, aunque no las justifica. Tiene demasiado poder en sus manos y no es persona confiable. Mentiroso patológico, como se ha comprobado repetidamente, a base de engaños siempre querrá prevalecer, sacrificando lo que sea. Su deformada personalidad es incapaz de sentir empatía y compasión, como hemos observado, con indignación, en su forma de tratar a las personas más vulnerables, particularmente la niñez migrante. Nunca mereció ser electo; pero ahora merece aún menos ganar la presidencia. Los Republicanos que lo apañaron no merecen seguir en el ámbito político.