Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
La humanidad siempre se ha caracterizado por la existencia de puntos de vista diferentes y hasta encontrados que son parte de la misma naturaleza humana. Ni siquiera las más férreas dictaduras han logrado crear un pensamiento uniforme al imponer una especie de línea oficial porque siempre genera disidencias y las democracias funcionan porque son un mecanismo para permitir que sea el pensamiento de la mayoría el que determine el rumbo de las sociedades. En épocas recientes una de las más profundas divisiones fue generada por el concepto de la Guerra Fría que surge después de la Segunda Guerra Mundial cuando el enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia se reflejó en conflictos de baja intensidad librados en muchos lugares del mundo.
Pero hoy vemos cómo los populismos de distinto tipo y tendencia tratan de afianzarse mediante prédicas de odio que exacerban las diferencias, cerrando por completo toda posibilidad de entendimiento social. El ejemplo chileno de este fin de semana resulta un hito en las circunstancias mundiales porque lograr que tres cuartas partes de una población coincidan en algo, cualquiera que sea el tema, es impresionante dada la tendencia cada vez mayor a que todos nos tiremos los platos por la cara.
Creo que uno de los países del mundo más fracturados al día de hoy es Estados Unidos donde cuatro años de prédica de odio desde la misma Presidencia han tenido graves consecuencias, exacerbando las pasiones a puntos que se convierten en sumamente peligrosos. Desde hace algunos meses, cuando surgieron las protestas ciudadanas por actos de violencia racial, empezaron a organizarse y a intimidar a los manifestantes milicias fuertemente armadas de personas que expresaban su filiación con los movimientos de supremacía blanca y vestidos con uniformes militares y portando fusiles de asalto, se convertían no sólo en una fuerza de choque sino también en un clarísimo elemento intimidador.
El resultado de esa prepotente manifestación de fuerza y de disposición al uso de la violencia tuvo efecto al sembrar terror en muchos de los que participaban en manifestaciones, pero también al dar paso a la formación de una nueva milicia, igualmente armada e igualmente prepotente, compuesta por personas de color que dicen estar ejercitando el mismo derecho a portar sus armas que han invocado los otros grupos.
El resultado electoral en Estados Unidos esta vez puede tener consecuencias trágicas si alguno de los candidatos decide no reconocer el resultado y apela a sus huestes. La Guerra Civil surgida por el tema de la esclavitud no fue una lucha entre blancos y gente de color pero ahora da miedo suponer que en medio de tanta incitación a la violencia racista se pueda producir un estallido que haga estragos que hubieran sido inimaginables hace apenas cuatro años.
Los líderes políticos se tienen que esmerar en trabajar por la unidad de sus pueblos para asegurar buenos resultados. Pero esa unidad cuesta mucho y es más fácil decantarse por provocar más divisiones y odios. Trump se aferra a una base a la que ha exacerbado con sus mensajes, sobre todo en el tema racial, y su éxito no depende de unir más a la gente sino que divida más a la sociedad, triste paradoja que se vive en el país que presume de ser el modelo democrático del mundo.