Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

Vivimos desde hace más de un siglo, en un sistema de salud incrustado en un modelo social y económico que está enfermo y que genera muerte y exclusión y que por consiguiente, no deja la construcción y el desarrollo de un modelo de salud realmente útil y eficaz. La inexistencia de un sistema real en derechos, equidad e igualdad en ambos campos: el social y el sanitario no permite el desarrollo integral de la persona y menos aún de los grupos sociales que conforman la nación, de ninguno de ellos incluso de las elites. Ello que implica: necesidad de reformas democráticas en ambos aspectos: el social y el sanitario. Pero también una reforma económica, pues por todos es sabido, que este campo influye poderosamente en la conducta y comportamiento humano y por consiguiente en la salud.

En la actual crisis del sistema de salud, se conjuga la realidad previa a la pandemia y la COVID-19, permitiendo la lectura de la situación actual del sistema sanitario como un aguante con más de veinte años de recortes y malos manejos y que ha tenido que sobrevivir a la pandemia con todo el personal de los hospitales trabajando mucho más, en mayor precariedad y sin respaldo de ningún tipo, más que los esporádicos producto de la caridad.

De tal manera que el personal de salud ha podido hacer frente a la Covid-19 en momentos de mucha tensión, incluso sacrificando vidas, sin el apoyo económico y social debido (incumplimiento por muchos de las normas de distanciamiento social y sanitarias) y mucho menos del Estado. De tal manera que no se ha podido garantizar el derecho la salud a muchos.  Y sin los recursos debidos, especialmente en la atención primaria y salud pública, el desastre causado por la pandemia, por el Coronavirus, ha derramado también a otras enfermedades y males.

Pero lo que más grima produce es y son las pretensiones triunfalistas, carentes de sentido y veracidad con que salen políticos e instituciones de Estado, desde sus líderes, sobreactuando una situación que cada día es más crítica, con rasgadura de vestiduras. Pero el pensamiento correcto científico ético para solucionar el problema y por consiguiente la debida toma de decisiones y actuación, no se ha movido nunca de lugar. Ha estado siempre allí el oportunismo y la ambición como virtudes. Como podrían decir muchos: quien se ha movido es el eje ideológico de siempre “sacarle pan para su matate a las crisis humanas y a costa de vidas”.

Creo que la nueva encíclica papal abre con mucha claridad el camino a seguir en este tema: la apertura democrática; la política y la economía al servicio del bien común y la centralidad de los más vulnerables en todo plan y acción, es lo que procede. La creación de un programa político claro, que vaya de abajo hacia arriba, recuperando la pasión por construir comunidad y dignidad humana, destinando todos nuestros recursos en ello, en otras palabras un programa de la fraternidad como se señala en la encíclica Fratelli tutti. La primera preocupación será, obviamente, mantener en funcionamiento y ajustar al nuevo contexto la máquina económica. Por muy defectuosa que sea, hasta que podamos mejorarla y luego transformarla, debe seguir funcionando, pero omitiendo prebendas y desalojando corrupción.

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