Mario Alberto Carrera
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Tanto Alejandro Giammattei como Guillermo Castillo han sido transfundidos al poder por la oligarquía criollo ladina: la dictadura sátrapa de la clase dominante.
No hay un evidente sisma, como ha titulado una nota reciente Prensa Libre, ni renunciará –rasgándose las vestidura y cual café expreso el vicepresidente- como ansioso recomienda y profetiza un amigo columnista. Lo que vemos montado sobre las tablas escénicas del teatro de marionetas del Aguacatón –a secas y sin anís del mono- es una mojiganga en paso doble de berrinche y tango pasional que para nada ¡ni por ninguna razón de Estado!, tiene visos de un rompimiento, de un crac o, ni tan siquiera, de un divorcio fingido como el de los bufones Torres-Colom. Estamos frente a una nueva especie de “¡agárrenme porque si no le pego!”, puesto que, como desenlace (y me adelanto un poco a todo lo que tengo la intención de decir) finalmente el Sr. Castillo metió la cola entre las canillas y ¡de todos modos!, asistió al mitin presidencial del martes a las 16.00 h, en línea o circuito digital.
Las vidas político socioeconómicas de quienes ocupan hoy la cabeza del Ejecutivo son paralelas. ¡Sí, por no decir gemelas!, como las que escribió Plutarco –guardando una enorme distancia cerebral- entorno a grandes personajes –sobre todo de la tremendista vida de la Roma cesarista sátrapa- contrapunteándola con sus homólogos de la Antigua Grecia: Demóstenes y Cicerón v.gr. Y, aunque me salga de la ilación lógica de esta columna (ya se sabe que ese es un poco mi estilo aunque luego regreso y no me fugo como los psicóticos) no resisto -al nombrar a Cicerón- abordar el tema que también nos ha estado ocupando últimamente: el de la libre emisión del pensamiento enrostrados a Mamurra Giammattei. Porque, como todos sabemos, Cicerón debería presidir, simbólicamente, la APG ya que por sus Filípicas contra Marco Antonio, Fulvia –la mujer de éste- cuando tuvo en sus manos la cabeza decapitada de Cicerón (muerto por la “libertad de Prensa”) la escupió, le arrancó la gélida lengua y le cosió los labios con los ganchos con que sostenía su luenga cabellera. Cicerón fue vejado y ejecutado por ir contra la dictadura cesarista y por querer retornar a los fueros de la república democrática de la que fue cónsul. ¡Vaya si Cicerón (Marco Tulio) no tiene que ver ¡y mucho!, con lo que nos está transcurriendo.
Giammattei y Castillo perfilan –compactadas- vidas paralelas que, como tales y deductivamente, están consolidadas por y de cara a los intereses de la clase dominante de la que son sus fieles sirvientes y objetos –que no sujetos- del gran titiritero cesarista que es el Cacif y su brazo armado (el Ejército) que -por los mismo y por ser la casta sustentable del gran poder neoliberal- “nos” defiende del comunismo ateo, desde Castillo Armas a Ríos Montt, pasando por el nefando Lucas García y terminando en el crónico candidato, el Sr. Mamurra Giammattei.
Castillo no es sin Giammattei ni Giammattei sin Castillo. Pertenecen a la misma tribu servil que sostiene -por turnos- a la clase dominante que constituye una eterna dictadura en la “Guatemala Inmortal” e inmutable, donde se dice no a la educación sexual y no a la enseñanza sobre la guerra civil guatemalteca.
Estamos ante un pasajero zipizape. Castillo y Giammattei no llegarán nunca al atentado de César porque entre ellos nos hay ningún César que tumbar. La dictadura de la clase dominadora y subyugante (de yugo) no ha dado ¡aún!, ninguna señal contumaz al respecto.
Lo único que existe es un sainetero juego de tronos donde hay que “¡cherchez la femme!” que, en este caso es: ¡l’homme!, según la frase, de Dumas padre, en su famosa novela “Los mohicanos de París”. Es decir que son los affaires sentimentales del presidente Mamurra la causa de los arrebatos del Sr. Castillo, que apela al inciso g) del artículo 191. Continuaré.