Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Pocas cosas me caen tan mal como ver la forma en que se propaga el ejemplo de que las normas están hechas para violarse y es algo que cotidianamente se está enseñando a nuevas generaciones que aprenden desde muy pronto que violar las reglas otorga ventajas mientras que quien las obedece y acata siempre termina relegado por aquello de que el mundo es de los más fuertes. En Guatemala es un fenómeno común que vemos todos los días y uno supondría que en el mundo desarrollado las cosas ocurren de manera distinta porque a ese desarrollo sólo se llega con sociedades en las que priva el verdadero respeto a la ley y donde se aplica la justicia sin consideraciones de ningún tipo.

Pero ayer, en el primer debate entre los candidatos presidenciales de los Estados Unidos, el presidente Donald Trump se pintó de cuerpo entero como un abusivo que no respeta ni acata las normas elementales de convivencia. Los debates entre candidatos presidenciales en Estados Unidos son organizados y regulados por una comisión específica, ajena a los partidos políticos, que negocia con éstos y con los que dirigen las campañas para establecer reglas que históricamente han sido respetadas desde aquel primer debate para la elección de 1960 que enfrentó al Vicepresidente Richard Nixon con el Senador John Kennedy. Por supuesto que esos enfrentamientos han tenido sus momentos álgidos cuando se producen señalamientos personales que forman parte de la batalla política pero nunca, en los sesenta años transcurridos, se había visto algo como lo de ayer, cuando un candidato no dejaba hablar a su contendiente interrumpiéndolo en forma grosera y mandando por un tubo al patético moderador, tan incapaz de poner orden que terminó tan “buleado” como el candidato Joe Biden.

Al margen de la incapacidad para presentar alguna propuesta sobre el futuro del país, hay que destacar el pésimo ejemplo que desde la Casa Blanca se envía a todos los habitantes de Estados Unidos, donde se está ratificando que solo los pendejos cumplen las reglas mientras que quien las viola descaradamente tiene todas las ventajas y puede hacer lo que se le ronca la gana. El tal debate de ayer fue apenas un instrumento más para que el mismo Presidente en ejercicio cuestione todo el sistema electoral y hable anticipadamente de un fraude electoral que dejaría chiquitos aquellos de Guatemala en los años 74, 78 y 82. El mismo Trump habló de papeletas de los votos por correo que aparecieron tiradas en basureros y que, según él, eran a su favor, lo cual sería un crimen que debió ser esclarecido por su servil Departamento de Justicia que ha abandonado sus funciones históricas para convertirse en el despacho de abogados al servicio particular de Trump.

Pero todo ello era predecible porque, tristemente, el trumpismo se ha vuelto una corriente en Estados Unidos y no es ya el partido Republicano sino las huestes radicales de supremacía blanca lo que domina. Obviamente cuando se le preguntó si condenaría a esos extremistas, Trump no sólo no lo hizo sino que los llamó a estar alertas ante lo que el llama extremistas de izquierda que protestan por el asesinato de negros. Y le aplauden millones de abusivos, insolentes, buleadores y racistas que constituyen su cacareada base política.

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