Eduardo Blandón
Cuando algunas almas cándidas que comparten la ideología de mercado escriben sobre que el futuro de Guatemala pasa por detener la polarización, no me parece que lo hagan con intenciones perversas de quien se siente a gusto en su posición mientras contempla la depauperación del país. En contadas excepciones creo legítima su preocupación, aunque en el fondo, además de su elemental análisis, prive un irenismo pavoroso que si se piensa puede disgustar.
Nuestro filósofo es un pacifista a ultranza porque llama al diálogo en condiciones de absoluta desigualdad. Pide sentarse a la mesa con reglas de juego amañadas. Sin olvidar el fingimiento de la negociación, fallida de principio a fin por una razón primordial: la falta de reconocimiento hacia los interlocutores que considera privados de valía y razón a consecuencia de un sentido de superioridad enfermizo de los disimuladores.
La falta de sensibilidad encarnada por los quejumbrosos de la polarización olvida el dolor de los ofendidos a causa de sus tropelías y expolios. Y así, descaradamente, piden diálogo y expresiones virtuosas que ellos ni siquiera se plantean en sus propias vidas, acostumbrados a la mentira, el desfalco, la humillación y el desprecio hacia las clases que consideran parasitarias.
El cinismo alcanza niveles de antología cuando ensucian su boca al hablar de moral o ética. Ellos, quienes “sotto voce”, al burlarse de las costumbres de sus trabajadores, llenos de prejuicios los descalifican, negándoles la dignidad que solo reconocen en sus pares, según criterios extra racionales.
En esas condiciones, los mendaces, los adoradores de Pluto, se sienten comedidos y virtuosos al llamar a la no violencia. Los falsos predicadores son los amos de la promoción de valores (siempre que sean practicados por los otros): la tolerancia, la honradez, la comprensión, el equilibrio, el trabajo denodado, la indulgencia, el perdón, la misericordia. Todas virtudes que no solo no practican, sino que las promueven para beneficio en sus fábricas o fincas.
Sí, estamos divididos, ya lo sabemos. Pero la culpa no es ni de los que mueren de hambre ni de los pobres. Los responsables de la discordia son quienes han gozado de la explotación de la tierra por décadas y de los que, estando en situación de ventaja, por diversas causas, han sido indiferentes con los excluidos y han establecido un orden que solo a ellos beneficia.
Así, un diálogo es improbable. No hay puntos de confluencia. Su Guatemala no es la nuestra. Pero, quizá podamos aspirar a lo imposible, esto es, el inicio de signos de conversión intelectual (por parte de los viven del sistema) que demuestre la inclusión en sus imaginarios, prácticas que evidencien el amor por la justicia, ejercicios de rectitud en la asignación de salarios y hasta la conversión del discurso conservador que los presente auténticos, dignos de ser respetados.