Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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No es frecuente encontrar un caso tan gráfico en el que realmente a alguien le toca sentarse en la estaca que labró, como reza el dicho, pero en eso pensé cuando leí la reacción de la defensa de la ex vicepresidenta Roxana Baldetti negándose a que sea trasladada al Hospital General San Juan de Dios “porque ese centro asistencial no está capacitado para darle la atención que merece”. Pero resulta que mientras fue diputada y luego cuando fue Vicepresidenta de la República, Baldetti nunca se preocupó por los miles de personas que no tienen más remedio que acudir a ese y otros hospitales nacionales para ser atendidos por cualquier dolencia y durante la administración del PP el Ministerio de Salud siguió siendo una viña en la que una partida de largos hacían su agosto mientras el patético desabastecimiento y abandono de la red hospitalaria continuaba cobrando vidas.

Ciertamente nadie que tenga alguna capacidad económica quiere ir a uno de esos abandonados hospitales del Estado y lo prueba el hecho de que la gente prefiere gastarse sus ahorros buscando tratamientos privados en vez de “arriesgarse” a ir a un sitio como el San Juan de Dios. En ese sentido Baldetti tiene razón porque si alguien amasó fortuna de forma ostentosa durante su paso por la esfera de poder fue ella y seguramente pensó que ese pisto mal habido serviría si alguna vez tenía necesidad de recibir un tratamiento más allá de las cirugías plásticas a las que se sometía con tanta frecuencia.

Pero le tocó hacer la solicitud al juez Miguel Ángel Gálvez quien, con su peculiar forma de expresar verbalmente sus resoluciones, dispuso primero mandarla al Roosevelt y cuando ella protestó le dio la razón y cambió su decisión para decir que entonces fuera al Hospital General San Juan de Dios en busca de los tratamientos que requiere para evitar lo que ella considera como un alto riesgo de terminar en una silla de ruedas por la pérdida de la capacidad motriz que afecta sus extremidades.

Y vueltas que da la vida porque después de meter las manos en cuanta partida de dinero se le pusiera enfrente, no digamos las mordidas habidas y por haber, ahora le cuesta mover esas ágiles manos que sirvieron para llenar caletas a diestra y siniestra. Da pena su condición y no es válido alegrarse del sufrimiento ajeno, pero no cabe duda que en la vida a veces, muy raras por cierto, se produce una especie de justicia divina que es más rápida y eficiente que la justicia humana, sobre todo cuando ésta se encuentra cooptada por las mafias que hacen toda clase de esfuerzo por hacer perpetua la captura de las instituciones.

Sería muy bueno que la señora Baldetti fuera al Hospital General San Juan de Dios para recibir el trato que a diario reciben miles de personas que simplemente, por su condición de pobreza, están obligadas y condenadas a depender del sistema nacional de Salud que hoy, como en los tiempos de Baldetti, es una calamidad más grave que la causada por la pandemia.

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