Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Hace algunas décadas a algún “genio” se le ocurrió mandar a imprimir “bumper stickers” que alguna gente pegó en sus carros con la sugestiva leyenda “Yo lucho contra la pobreza: Yo trabajo”, dando sustento a la idea que tienen algunos de que en Guatemala lo que tenemos es una inmensa cantidad de pobres que están en esa condición por huevones. En otras palabras, que el pobre es pobre porque no quiere trabajar y se abandona a su suerte, desperdiciando todo un mar de oportunidades que están allí, listas para que las aproveche un buen trabajador.

Todo eso fue antes de que empezara a producirse el enorme fenómeno migratorio que ha llevado a Estados Unidos a más o menos dos millones de guatemaltecos que arriesgan hasta la vida para llegar a ese país persiguiendo el famoso sueño americano. La inmensa mayoría era parte de un contingente de pobres que, según algunos, no tenían ni deseos ni interés en trabajar y que por eso permanecían en la miseria. Resulta que hoy en día Guatemala subsiste económicamente por esos que fueron tildados de haraganes que son los que, en cuanto tuvieron una oportunidad para producir, se convirtieron en los remesadores que sostienen no sólo a sus familias sino también a toda la economía nacional que estaría peor que en trapos de cucaracha sin ese extraordinario aporte.

Cuando era candidato presidencial, Giammattei dijo que él no se alegraba de que fuera tan grande el peso de las remesas porque la migración era resultado de que el país no generaba oportunidades para su gente. O sea que no era que la gente fuera huevona, sino que, como realmente ocurre, nuestro modelo económico no ofrece la oportunidad de que con esfuerzo y trabajo se pueda proveer de bienestar a las familias y eso hizo que empezara un flujo migratorio impresionante. Cuando los primeros migrantes empezaron a mandar remesas y sus parientes aquí fueron mostrando mejor nivel de vida, inclusive construyendo viviendas dignas en pueblos totalmente olvidados, otros entendieron que si querían salir adelante no tenían más remedio que emigrar y de esa cuenta es que el domingo el Presidente echó chile con el crecimiento de las remesas que en el mes pasado pasaron de los mil millones de dólares, atribuyendo al esfuerzo de los migrantes la recuperación de nuestra economía.

Y si por algo es reconocido el migrante guatemalteco en Estados Unidos es por la calidad de su trabajo y la dedicación que pone para generarse sueldos que le permitan mandar dinero a sus familiares aquí. Trabajan larguísimas jornadas, muchas veces en dos o más empleos, y viven en condiciones precarias y sufriendo los efectos devastadores del racismo exacerbado por el trumpismo que los ve como criminales que están allá porque son asesinos o violadores. Pero sin darse por vencidos desafiaron hasta la pandemia y en medio de la crisis que ha afectado a muchas de sus comunidades allá, siguen generando lo suficiente para ser el sustento de la economía guatemalteca, no digamos de sus familias.

Esa actitud y ese esfuerzo es un tapaboca para los farsantes que quisieron pintar al pobre como víctima de su propia huevonería.

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