Arlena Cifuentes
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El pasado 3 de septiembre Monseñor Gonzalo de Villa asumió como el nuevo arzobispo metropolitano de la arquidiócesis de Guatemala. Monseñor de Villa asume su nuevo apostolado en un momento crítico en el que se hace imperativa una Iglesia viva, presente y cercana con su feligresía católica, que comprenda los dolores y penurias de los más necesitados, que demuestre una mayor congruencia entre la Palabra y los hechos y por qué no, más próxima a quienes no creen a quienes hoy están perdidos, sin un sentido de vida, vacíos del alma; sin olvidar las necesidades del cuerpo como el hambre y sus consecuencias.
Testimonio vivo es lo que demanda el momento, acciones que se traduzcan en obras hechas con el amor y caridad que Jesús prodigó. La Iglesia está llamada a conciliarse internamente –la iglesia de la Guatemala de hoy- a superar sus diferencias manifestándose como una sola e indisoluble ya que veneeramos a un mismo Dios. Es importante el debate interno, reconociendo que existen divisiones que hacen que se pierda en ella misma imposibilitándola de cumplir con su misión apostólica como lo demandan los nuevos tiempos. Atrás deben quedar las diferencias ideológicas y las prácticas religiosas que confunden y alejan, que si las velas son de un color o de otro. Dios es sencillo y nos perdemos en la forma, en lo superficial, El no nos pide cosas extraordinarias. Se trata de renovar una Iglesia presente que se haga sentir, con genuino interés y sensibilidad en medio de la confusión y el caos.
Como expresé unas semanas atrás el nuevo Arzobispo, tiene la capacidad, la fortaleza espiritual, las calidades y cualidades y el acervo intelectual para asumir el reto, a él le corresponde liderar la Iglesia Católica a nivel de la arquidiócesis y justo es reconocer que no le será nada fácil, pero indudablemente posee los dones del Espíritu Santo lo que trae esperanza: nuevos aires para una Iglesia urgida de renovarse y de adecuarse a los nuevos tiempos. No la Iglesia Católica que a veces pareciera diluirse entre las prácticas religiosas y los formalismos que nos enredan apartándonos de lo sagrado impidiéndonos escuchar el llamado de los más necesitados.
Indudablemente que como bien lo expresó Monseñor de Villa, se espera de él en su calidad de Arzobispo “una palabra de aliento, pero también de cuestionamiento, de denuncia…. Tampoco quedarse callado ante situaciones que ameriten denuncia o llamado a la reflexión… es por encima de todo decir que la Iglesia adquiere credibilidad por su relación de amistad fraterna y de servicio con los más pobres y necesitados”. “Quiero ser voz de una Iglesia misericordiosa que sabe perdonar y también demandar justicia ante los atropellos, ante la corrupción que nos golpea y corroe”. (Prensa Libre, Oscar García, 3 de septiembre). De lo anterior podemos concluir que veremos una Iglesia más activa que muchas veces la convierte en cómplice debido a su silencio o indiferencia o complicidad dispuesta no solo a anunciar la Buena Nueva sino a denunciar la injusticia, el atropello, la podredumbre y por tanto no puede sustraerse del quehacer político.
Menos aún en el marco de una crisis institucional, en pleno desgobierno en donde la corrupción, la impunidad y los intereses sectoriales prevalecen sobre el bienestar de las mayorías porque el pueblo así lo permite y como corolario en medio de una pandemia cuyo manejo deja muchas dudas y mucho que desear habiendo sido utilizada como una cortina de humo.
“¡Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas que parecen sepulcros blanqueados; por fuera son hermosos, por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de inmundicia! Así también son ustedes, por fuera parecen honrados delante de la gente, pero por dentro están llenos de hipocresía y maldad.” (Mateo 23:27-28).”