Juan Jacobo Muñoz Lemus
En un esfuerzo por parafrasear en ínfima forma algunos principios sólidamente postulados por la filosofía budista, me atrevo a decir que sufrir es inevitable. No tanto por crisis esperadas como salir de la niñez, dejar a los hijos partir, envejecer, enfermar o morir. El sufrimiento mayor llega de cosas que no salen como queremos. Un resultado opuesto a nuestras expectativas nos frustra porque destruye una ilusión.
Algo que nos guía toda la vida es desear cosas, siempre en apetencia de algo. Como humanos, estamos expuestos a estímulos y tenemos impulsos que nos llevan fácilmente a actuar de manera irreflexiva. Lo que anhelamos puede ser causa de sufrimiento pues una aspiración además de una idea es una emoción; lo que obliga a cuestionar entusiasmos excesivos para no vivir como víctimas de una posesión.
La realidad tiene la desventaja de ser poco apetecible, por eso se evita; por la costumbre de ir detrás del placer y la alegría, o por lo menos del alivio, y nunca de la felicidad. Por eso hay que estar atento, porque no todo lo que nos atrae tiene que ser nuestro; y aunque algo parezca tener significado, ofrezca esperanza y prometa consuelo, no necesariamente es una verdad.
Tenemos dos caminos. El más inmediato es tratar de ser lógicos, valorar la realidad respetando sus límites y tomar decisiones sensatas. Tiene el inconveniente de que, haciéndolo así, renunciamos a muchas cosas. Es fácil entenderlo, el universo es un poco más grande que nuestra individualidad. Como sea, la sabiduría es comprender y proceder de acuerdo con esa comprensión.
Parece fácil, pero hay fuerzas de naturaleza inconsciente que empujan en la dirección contraria, y obligan a hacer lo que de antemano sabemos que no conviene. Decirles no a las cosas hace que la vida parezca aburrida, y que duela dejar de contar en el mercado de las adquisiciones y de las conquistas.
El buen juicio es una vía humana. La reflexión, el conocimiento y el análisis crítico toman tiempo y son dolorosos; pero ayudan a ser menos mundano, reconocer los límites de las cosas, renunciar a muchas apetencias, y no erigirse por encima de nada ni de nadie. Una conciencia lúcida, sabe que el sacrificio es inevitable y que muchas veces es mejor rendirse que autoengañarse.
Atender la realidad es lo correcto. Ni siquiera con una construcción superlativa como la meditación; suele bastar una sincera reflexión. Suficiente para no meterse donde a uno no lo llaman, y evitar cosas que para hacerlas habría que esconderse.
El segundo camino es cruzar los brazos y esperar el día de alguna revelación que nos cambie de pronto; pero sería pretencioso suponer que estamos en la categoría de los iluminados.
Aun así, en psicología hay un proceso conocido como insight, que puede traducirse como una visión; una introspección no intencionada que constituye una experiencia emocional que corrige y promueve una conversión. Curiosamente, la mejor forma de alimentar esa posibilidad es reflexionando cotidianamente y atendiendo con juicio realista todas las situaciones de nuestra vida. Una especie de entrenamiento o preparación del terreno, por si se tiene la posibilidad algún día, de beneficiarse de una revelación transformadora.
Debemos prestar atención a nuestras reacciones, emociones, sueños y hasta síntomas; que son pistas que va dando el alma para conocer los influjos inconscientes que luchan por salir. Puestos a la vista, hasta puede que contribuyan a nuestra construcción y fortaleza. Con conciencia de uno mismo se sufre menos y se aporta más.
Estoy seguro de que una vida modesta y sin aspavientos puede procurar tranquilidad al alma. La réplica será decir que soy un conformista. Tendré que conformarme con eso.