Eduardo Blandón
Vivimos al revés. Unos practicando la imperturbabilidad profunda del espíritu, como la fiscal general, María Consuelo Porras; otros, operando con frenesí, como algunos ladronzuelos del Congreso. Así, mientras esperamos lógicas que se adapten a un quehacer sensato y una moralidad fina, Guatemala se hunde gracias al realismo mágico de nuestros principales actores nacionales.
Somos el calco de una novela latinoamericana narrada sin gusto. Con abundantes microrrelatos truculentos y violentos. En un estado de permanente saqueo, con protagonistas provincianos de apellidos extranjeros, italianos, franceses y alemanes. Todos expertos, según ellos, en al arte de la simulación: la fiscal, fingiendo proactividad (cuando conocemos su narcolepsia), la banca y el sistema financiero, disimulando su latrocinio cotidiano en su travestismo de viejita devota.
Lo bueno de la mala función de los corruptos y sus cómplices de Estado es que no guardan las apariencias. Al ser burdos y torpes les cuesta imaginarse más allá del corto plazo. Por ello, encarnan las contradicciones mientras sobresalen con la voracidad de los impunes, son animales unidimensionales concentrados en el dinero, lo único que les da sentido a sus miserables vidas.
Transitamos de cabeza. Estamos a punto de dejar escapar al libertino, al fisiquín que se escondía en Florencia huyendo de la justicia, a cambio de información falsa, amañada y corrompida. En un acto más de bostezo, la jefa del Ministerio Público coronará la impunidad del malandrín gracias al flamante título de “colaborador eficaz”.
En el desajustado mundo que vivimos y en el que poco hacemos para ordenarlo, los ladrones tienen sed de venganza: se han reorganizado para castigar a los atrevidos. Se sienten afortunados por sus cómplices, el silencio y la inoperancia soplan a su favor. Y es que, tome nota, reina la anarquía.
Tan de revés estamos que en nuestro país los corruptos hacen las leyes, los traficantes guardan las fronteras y los empresarios gobiernan a su antojo. El colmo, tenemos un presidente abusivo con su pueblo, pero sumiso con los ricos. Un estadista que dirige nuestro Macondo conspirando contra su “alter ego” (su vicepresidente).
Por cierto, estamos tan hechos un lío, que basta con que un gobernante o funcionario público invoque a Dios, para que algunos de la ciudadanía borreguil se compadezca de los altaneros. Qué mal han formado los pastores la conciencia de sus fieles… ellos son parte también del caos que reina en este valle de lágrimas.