Gustavo Marroquín Pivaral

Licenciado en Relaciones Internacionales. Apasionado por la historia, el conocimiento, la educación y los libros. Profesor con experiencia escolar y universitaria interesado en formar mejores personas que luchen por un mundo más inclusivo y que defiendan la felicidad como un principio.

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Gustavo Adolfo Marroquín Pivaral

En ningún otro momento de la historia, la humanidad ha tenido tanta información al alcance de la mano como hoy día. Sin embargo, las teorías de la conspiración están a la orden del día y se multiplican a ritmos incontrolables. En realidad, el problema no radica tanto en que las personas difundan irresponsablemente información dudosa (o francamente falsa) en las redes sociales. El verdadero problema es que estas teorías de la conspiración causan muertes y polarizan a la sociedad en momentos donde lo que más se necesita es unión. Tanta desconfianza generan estas teorías en las instituciones sociales, que en el contexto de la pandemia, mucha gente sigue más el consejo de videos en YouTube que de expertos científicos y de los médicos.

“El Coronavirus es una farsa”, dicen algunos. Pero al mismo tiempo claman que “las torres 5G propagan el virus”. “Bill Gates provocó intencionalmente la pandemia”, “Bill Gates quiere introducirnos chips mediante vacunas a todos para controlar a la población mundial”. “Hay un complot mundial que está ocultando toda la verdad”. Algunos videos que circulan en las redes tienen títulos pomposos: “La verdad revelada que ellos no quieren que sepas” (las cursivas y en negrita son mías, para resaltar las palabras que los conspiracioncitas hacen énfasis). ¿Por qué la gente tiende a creerle más a un video de YouTube grabado en 15 minutos que a estudios científicos que tomaron años? La pandemia de la ignorancia es igual de contagiosa que el SARS-CoV-2.

Tal como afirman muchos expertos como Karen Douglas (psicóloga social de la Universidad de Kent en Reino Unido) o Joaquim Segalés (catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona), el miedo, la vulnerabilidad y la incertidumbre causan que la mente humana busque desesperadamente explicaciones para encontrar una respuesta a una crisis. Todas estas teorías son muy efectivas en desinformar porque apelan a las emociones, y no al intelecto. Apelan muchas veces al inconsciente y no a la evidencia científica. Es interesante señalar que estas teorías únicamente se mueven en espacios como las redes sociales o charlas informales, porque si se expusiesen en foros especializados y con el rigor científico pertinente, se desmoronarían como castillos de naipes.

A la especie humana le gusta presumir de ser netamente racionales. La realidad va más por el camino de aceptar que somos, ante todo, animales emocionales. Una emoción puede fácilmente nublar o invalidar evidencia comprobable. Por esto es que tenemos que desarrollar y fortalecer el escepticismo como una forma racional y sistemática de pensar. La emoción nos manda impulsivamente a creer o aceptar algo sin mayor evidencia. El escepticismo nos manda a sopesar la evidencia, a rechazar todo aquello que resulte sospechoso y a cuestionarlo todo. No hay teoría de la conspiración que aguante el cuestionamiento sistemático.

Si queremos que las teorías conspirativas dejen de apoderarse de las mentes crédulas, es fundamental que desde temprana edad se enseñe en las escuelas el poder de la duda y sospechar de todo lo que exija obediencia ciega. Es crucial que se cambie el paradigma y la duda sea bienvenida antes que temida. Como dicen muchos intelectuales, es mejor tener preguntas a las que no puedo responder, que verdades a las que no puedo cuestionar. En una sociedad tan conservadora y cerrada como la nuestra, representa todo un reto pensar distinto. Fácilmente se calumnia y descalifica a todo aquel que cuestiona en lugar de obedecer. En la historia, ¿A cuantos no se han perseguido, torturado y quemado por atreverse a cuestionar? Recuerden que el hereje no es el que arde en la hoguera sino el que la enciende.

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