Se dice que una personalidad bipolar es aquella que cambia de estado anímico con frecuencia y sin razones aparentes. Pasa de la extrema energía para dedicarse a alguna cosa al desinterés y abandono, de la euforia extrema a la súbita sensación de que todo va mal y que todos están contra esa persona, de la actitud bromista y risueña a explosiones de mal carácter producto de la extrema irritabilidad, de la profunda negación de la existencia de cualquier problema a comportamientos agresivos y, en fin, una larga lista de actitudes que demuestran los altibajos de la personalidad.
Eso es lo que vemos actualmente en la conducción de esta crisis en la que un día estamos librados a nuestra suerte y al otro tenemos que estar agradecidos por todo lo que se ha hecho para contener la pandemia, incluyendo esa cacareada sobreoferta de camas en los hospitales que derrumba por completo la tesis de que nuestro sistema hospitalario es uno de los peores del mundo.
Ayer, en el mensaje presidencial, el gobernante se volvió a mostrar interesado por la salud pública y el curso de la pandemia, misma que para él ya había quedado atrás, según declaró, porque se tenía que centrar en las cosas importantes y ponerse a gobernar. Es difícil entender cuál es realmente la política oficial, si la del interés por la salud de la gente y el cumplimiento del mandato constitucional que obliga al Estado a la protección de la persona y a la familia o ese concepto de gobernar al estilo Santo Tomás, es decir, arremetiendo contra la institucionalidad del país y promoviendo volar cabezas entre los magistrados de la CC, el Procurador de los Derechos Humanos y la Presidencia del IGSS, tareas que constituyen hoy por hoy el más destacado y notable esfuerzo que se hace desde la misma Presidencia de la República para aprovechar el momento de incertidumbre ciudadana y dar un manotazo al orden establecido para dejar la mesa puesta para beneficio de los grupos que libran la desesperada lucha por consolidar la impunidad.
Anoche el mensaje empezó puntual y no hubo regaño presidencial sino privó un tono de optimismo y cordialidad matizado “a duras penas” por un seño curiosamente fruncido. Pero tenemos que esperar a ver cómo discurren estos quince días para saber si realmente estamos ya librados a nuestro propio comportamiento para no enfermarnos o si el Estado sigue preocupado y atento a la marcha del coronavirus que ha cobrado bastantes más vidas de las que se reportan oficialmente. El tiempo dirá cómo anda ese ánimo.