Gustavo Marroquín Pivaral

Licenciado en Relaciones Internacionales. Apasionado por la historia, el conocimiento, la educación y los libros. Profesor con experiencia escolar y universitaria interesado en formar mejores personas que luchen por un mundo más inclusivo y que defiendan la felicidad como un principio.

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Gustavo Adolfo Marroquín Pivaral

Según datos de la FAO en 2018, Guatemala ocupó el puesto número uno en desnutrición infantil crónica en Latinoamérica. Según la PNUD, el 62% de nuestro país está en condición de pobreza y en el índice de Percepción de la Corrupción que realiza Transparencia Internacional, estamos en el puesto 146 de 198 países. Es decir, solo hay 52 países en el mundo que se perciben como más corruptos que Guatemala y están mejores calificados en este índice países como Bangladesh y Pakistán. En nuestro país exponer estas duras realidades y, sobre todo, exponer la terrible desigualdad que nos ha azotado desde hace siglos es ganarse el apelativo de comunista.

Estas estadísticas deberían de avergonzarnos no solo como nación, sino como seres humanos. Pero en Guatemala hay una violenta y furibunda fobia hacia la izquierda proveniente de ciertos extractos de las élites tradicionales pero también en muchas esferas del resto de la sociedad. Aquí somos indiferentes al hambre, la desesperación de la gente, al subdesarrollo y la pobreza generalizada. Estamos tan acostumbrados a esta realidad, que somos indiferentes a los pocos titulares de los medios que exponen el hambre y la corrupción en nuestro país. Al final, como dijo Galeano “La pobreza no estalla como las bombas, ni suena como los tiros”. Pero allí esta… De algo estoy convencido, el problema va más allá de ser de izquierda o de derecha.

Paralelamente, ciertas esferas de las élites y otros sectores de la sociedad se han obsesionado en defender la “soberanía nacional” ante toda injerencia extranjera (gran ejemplo fue la CICIG), cuando Guatemala nunca se ha caracterizado por ser soberano e independiente en ningún periodo de su historia. Sin ir muy atrás, Estados Unidos ha puesto y depuesto presidentes a su antojo. Este coloso del norte nos premia o castiga por nuestras acciones, tal como un padre hace con sus hijos. Este discurso de la soberanía es utilizado por políticos corruptos y oportunistas, que lo usan a su antojo para dividir a la sociedad, ganar votos, pasar leyes polémicas y ganar impunidad. Cuánta gente que recibió una buena educación salió en defensa del expresidente Jimmy Morales en su “lucha contra la injerencia extranjera en Guatemala”, solo para luego verlo huir al Parlacen para ganar inmunidad, presa del pánico de ser investigado por actos de corrupción. Entonces, ¿qué soberanía defienden ciertos círculos de estas élites? Me temo que únicamente la soberanía de sus intereses.

Considero que el problema radica en encerrarse en ideologías, en caer en una ceguera ideológica fanatizada. Regímenes tanto de izquierda como de derecha han causado verdaderas tragedias en la historia. Qué no pase un momento por la mente del lector, que él que escribe estas letras, no está consciente de los desastres que ha provocado la extrema izquierda en el mundo. La URSS de Stalin y la China de Mao están, con toda razón, en los más lamentables y trágicos capítulos de la historia. De la misma forma, la derecha extrema es igualmente de nefasta. Basta con ver a Hitler, Pinochet, Ubico, etc. Como diría Ortega y Gasset: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.

Esencialmente, considero que la polarización de la sociedad en bandos ideológicos es el verdadero problema. La corrupción es ambidiestra y no escapa a ninguna ideología. Guatemala lo que necesita es superar estas divisiones y unirnos para luchar contra el enemigo en común que actualmente nos azota a todos: la corrupción.

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