Alfonso Mata
En Guatemala, la transmisión de la infección por SARS-COV-2 está en aumento coincidentemente con la apertura económica. Se necesita ser un ignorante, para no darnos cuenta que nos sucedería lo mismo que pasó en países que imprudentemente le apostaron a lo económico y no a la salud. Este aumento ahora prácticamente afecta a todos los grupos de edad y niveles sociales y causa muertes al azar.
La falta de pruebas a personas con síntomas recientes aumenta, los tiempos de detección-atención de casos también. Por consiguiente es de esperar, aunque las estadísticas y la Coprecovid digan lo contrario, que el número de municipios y departamentos clasificados como vulnerabilidad moderada o alta al SARS-CoV-2 está aumentando y no se hace visible, dado que se tiene un pésimo rastreo de casos nuevos y nivel de trasmisión. Los picos en muchos lugares apenas empiezan, la continua circulación viral y la carencia de implementación de los indicadores epidemiológicos, nos instan fuertemente a la ciudadanía a mantener la máxima vigilancia, cosa más que improbable de hacer; pues nuestra idiosincrasia y condiciones económicas, fomentan comportamientos poblacionales riesgosos, particularmente en el contexto de eventos y reuniones familiares o amistosas y la reducción en la adopción sistemática de medidas preventivas creyéndonos diosecitos inmunes. Así que es más que evidente dentro de la población, la falta de respeto por la distancia física, lavado de manos, uso de una máscara, abrazos, saludos al estrechar las manos, etc. favorece la reanudación de la epidemia y su menor control y un mayor costo e inversión en casos complicados. También existe la movilidad y dispersión de las poblaciones, lo que hace que las actividades de localización de contactos sean más complejas de implementar.
La progresión de la transmisión del virus, digan lo que diga autoridades, es por consiguiente incontrolable mediante la normativa dictada por el Estado y la falta de colaboración del público de ceñirse a medidas sanitarias. A eso se suma una pésima intensificación de la estrategia de «prueba-rastreo-aislamiento».
Los equipos de Salud Pública del MSPAS por su lado son insuficientes, están mal organizados para monitorear y responder a la crisis generada por la propagación de COVID-19 y para dar cumplimiento a los mandatos, incluso carecen de liderazgo y poder al respecto. Esta organización ni siquiera se ha adaptado según la evolución de la situación. El MSPAS nos puede mostrar que ello no es cierto.
En esta crisis de salud global, nuestro papel es establecer el sistema de vigilancia más apropiado, desarrollar herramientas de información y prevención para los profesionales de la salud, la población y los grupos más vulnerables, y liderar cumplimientos normativos principiando por satisfacer las necesidades de los profesionales de la salud en todo el territorio.
Debido a que una verdadera acción de salud debe caer en la población y es obligación proporcionar información continua y transparente, los indicadores producidos para monitorear la evolución de la epidemia COVID-19 accesibles desde observatorio nacional deberían de ser completos y veraces, cosa que no se hace. Las producciones científicas, el monitoreo documental y el estado del conocimiento, los resultados de las encuestas entre la población y entre los profesionales de la salud, herramientas de información (carteles, videos y spots de audio), recursos para profesionales, etc. Disponibles para todos, brillan por su ausencia.