Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
La vida hay que verla siempre con optimismo, no hay duda, pero tampoco debemos olvidar que si alguien desea algo debe trabajar, esforzarse y hacer lo necesario para lograrlo; en otras palabras solo por ser optimistas no suceden las cosas y siempre necesitamos mezclar dosis de realidad con la gana de sacar adelante las cosas.
Dicho lo anterior, no podíamos pretender, como país, pasarnos años conviviendo con rezagos históricos, con un sistema que fue dejando cada vez a más guatemaltecos en el camino, con ser una sociedad a la que muchas veces le cuesta mucho cumplir las elementales normas y pretender que de la noche a la mañana esas realidades no nos pasen una factura.
Derivado de las grandes presiones por la situación económica, el Gobierno dispuso relajar algunas medidas con el afán de intentar una re apertura “controlada” y “gradual” de la economía. Hay gente, no solo de ahora, sufriendo y corremos el riesgo de incrementar nuestro batallón de pobres en el país porque los efectos de la pandemia en países de tercer mundo pintan muy complicados, en especial para la parte muy baja de la pirámide.
Decía que algún día nos iba a pasar factura todo lo que hemos permitido o dejado de construir porque, llegada la emergencia, mucha gente se dio cuenta que el silencio guardado con respecto a las fiestas de corrupción que se hicieron (y aún buscan seguir haciendo algunos) en el sistema de salud, por citar solo un ejemplo, nos forzaron a enfrentar la pandemia en pésimas condiciones.
Nunca haber invertido de manera coherente y consistente en nuestro sistema primario de salud, porque entre otras cosas, era más fácil centrar los negocios en grandes cosas que tener que “pushitear” con muchas unidades ejecutoras para abastecer de insumos, personal y tecnología a casi 5 mil centros de atención primaria en el país, ahora nos pasa enorme factura.
Se tuvo que abrir a casi 5 meses del primer caso y el sistema no fue capaz de aumentar satisfactoriamente la capacidad hospitalaria, la capacidad para hacer pruebas estratégicamente hablando, de mejorar el tracto epidemiológico, de entregar las ayudas económicas dispuestas con la mayor efectividad posible y en algunos casos, costó tanto pagarle al personal médico, simplemente porque ese fue el sistema que se construyó para privilegiar el negocio sencillo pero a costa de la gente, y durante décadas no dijimos mucho y menos intentamos cambiarlo.
Con o sin eficiencia estatal, como ciudadanos, estamos llamados a hacer nuestra parte entendiendo que el virus no se ha ido, que se abrió porque existen necesidades. Ver ayer imágenes del abarrotamiento en La Terminal, de reuniones sociales innecesarias, de seguir viendo a gente con la mascarilla en el “buche” nos deben hacer pensar que la mezcla de todos los factores, ponen la situación bastante complicada.
Lo que no hicimos en años con el sistema, lo podríamos hacer en meses pero como ha existido y sigue habiendo una perversa alianza política entre los políticos del Ejecutivo y el Congreso, aspirar a cambios estructurales que nos permitan hacer ajustes en plena pandemia para ser más eficientes en todo, es imposible.
Pero que nosotros, los ciudadanos, ajustemos conductas es difícil pero no imposible y más cuando la vida de muchos está en juego. Claro que puede ser incómodo usar la mascarilla, mantener el distanciamiento y no compartir con la gente que se quiere en la forma y tiempos como sucedía antes, pero créame que nada se compara con perder a un ser querido, pasarse unos días aislado de su gente, sudando algunos la gota gorda por los efectos de la enfermedad o nuevos golpes y frenos para una economía que demandará lo mejor de todos para recuperarse aunque nos tomará meses, si no años.
Nunca antes, el futuro del país, de la gente, de los nuestros y de terceros había estado tanto en nuestras manos. Hagamos nuestra parte cueste lo que cueste y trabajemos por forzar los cambios en el sistema que nos han hecho enfrentar en trapos de cucaracha esta pandemia.