Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

Considerando la fragilidad de esta vida, lo que aflige a la gente no es el coronavirus. El miedo, temor y ansiedad, se centra en una lucha larga y probablemente imposible de ganar contra el impacto potencialmente incapacitante biopsicosocial y contra los peligros genuinos o supuestos que nos hacen temer, primero las medidas sociales y segundo el deterioro económico.

En Guatemala la cosa es más difícil. A mucha gente, especialmente niños, los viene matando la desnutrición las infecciones respiratorias y gastrointestinales. A los jóvenes adultos, los accidentes y drogadicciones y en forma más alarmante al adulto mayor las enfermedades crónico degenerativas.
En las últimas tres décadas, ha fascinado cada vez más a los epidemiólogos las enfermedades crónicas que ya en la actualidad se han convertido en entidades sociales, que determinan incluso el aparecimiento de políticas públicas específicas de cómo prevenirlas, detectarlas, manejarlas y de su implementación, que significa el uso de capacidad técnica, burocracia mayor, hallazgos epidemiológicos, ensayos clínicos, estrategias de compañías farmacéuticas, imágenes de medios y activismo social. Quizás lo más importante es que las esperanzas y los miedos de los hombres y mujeres comunes a esta categoría de enfermedades tan cambiantes de un día para otro, es que cambian estilos y modos de vida. Y es que los profesionales que nos entrenamos en medicina en la sexta y séptima década del siglo XX, hemos visto el cambio teórico, tecnológico e ideológico que ha sufrido el diagnóstico y la práctica clínica, al transformar enfermedades como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, degenerativas osteo-musculares, entre otras, de una enfermedad aguda con alta mortalidad a corto plazo a una familiar dolencia crónica, marcada por «complicaciones» que pasan por el escrutinio y manejo de varias especialidades desde dermatólogo, oftalmólogo hasta cardiólogo. De tal manera que la salud se ha convertido digan lo que digan las leyes, de un derecho a un proceso comercial en gran escala y que deja sendos dividendos a unos y en pobreza a otros.

De tal suerte que esa nueva organización e innovaciones en el cribado y el diagnóstico de la salud de la mano con la comercialización, favorecido por una impactante y voluminosa publicidad, ha generado un mundo de personas ansiosas, temerosas de perder salud y un proceso político técnica y burocráticamente corrompido, que afecta la respuesta de los sistemas preventivo curativos de salud y en consecuencia, no logran disipar nuestros consecuentes temores sobre el cáncer inmanente, la enfermedad cardiovascular o la diabetes, obligando a un gasto impresionante de bolsillo a la población en este tema.

Es difícil ignorar el hecho de que en casi todas las poblaciones del mundo, su población envejece, situación que se caracteriza por la adquisición de enfermedades crónicas y a menudo alteraciones degenerativas propias de esas edades. Cuando imaginamos nuestro futuro, necesariamente nos vemos obligados a pensar en la enfermedad: cómo viviremos con ella y cómo desempeñaremos los roles dictados por sus diversas narrativas. Es difícil no contemplar enfermedades futuras, especialmente cuando somos atacados en televisión y en periódicos y revistas con advertencias sobre huesos debilitados, arterias comprometidas, función sexual deteriorada y la presencia ominosa de lesiones «precancerosas». Vivimos en un mundo de riesgo y daño a la salud permanente.

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