Flaminio Bonilla Valdizón
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Cuando hace millones de años Dios creó al hombre, lo hizo a su imagen y semejanza. Lo modeló en barro y le dio un soplo de vida. La evolución de ese hombre ha tenido un contacto directo y perenne con la violencia, el odio y la tragedia. Es por ello, que paulatinamente nos hemos deshumanizado, olvidando y renegando nuestra esencia divina. El hombre ha sido débil y ha sido fuerte, ha sido humilde y ha sido soberbio, ha sido pequeño y ha sido grande, ha sido soberano y ha sido vasallo, ha sido pacífico y ha sido violento. Por ello, Diderot afirmó: Decir que el hombre es una mezcla de fuerza y debilidad, de luz y ceguera, de pequeñez y grandeza, no es hacer su proceso: es definirlo.
La pandemia mundial del COVID-19, a todos son iguales, ricos o pobres, proletaria o patrón, arrogante o sencillo. Pero los más pobres, que son el lumpen proletariado; con esta economía totalmente negativa, con la pandemia nos abruma más con la masa grande que tiene precarias e inestables para vivir en condiciones sub-humanas con pobreza, “con mil millones de hambrientos” -según la ONU-, con olvido, con oscurantismo, con ignorancia y con exclusión. Para nosotros y muchos, quién en la sociología, es un concepto del lumpen: “. . . es una capa social formada por la masa parasitaria y miserable de elementos desclasados de los estratos explotados y oprimidos de la sociedad, y que se concentra general en la ciudad”.
Pero el hombre ha sido complejo y contradictorio, problemático y enigmático. La criatura más perfecta de la creación, pero también la más cruel y despiadada, la más soberbia y egoísta. Un animal de costumbres, un ser social lleno de virtudes pero plagado de defectos. Un ser que vive una época absurda sin hacer el máximo esfuerzo por cambiar su hábitat y su entorno.
El hombre de hoy ha aceptado la violencia y el odio. Vive su tragedia y se elimina a sí mismo. El hombre de hoy se ha olvidado de su hermano y de su propia especie. Vive en un mundo como una competencia con atropello, el desorden y de una ambición enfermiza. El hombre ha dejado de pensar profundamente y su mente es destrucción con ególatra, con superficialidad, vanidad, lujuria y derroche. La esencia del hombre ya no es de amor y caridad, de comprensión y de justicia. El hombre ha perdido casi todo, que es su origen divino. El hombre de hoy vive una estúpida comedia en donde se exterminan unos contra otros sus actores. Piensa en la metralla y en la guerra bacteriológica, en la sangre y de su boca salen palabras de muerte y barbarie.
El de hoy, es un hombre pobre en el amplio sentido de la palabra. Tiene pobreza moral y espiritual, pobreza económica y pobreza política. El hombre de hoy está en una encrucijada. Las manos del hombre han olvidado el trabajo y aprendieron a manipular objetos destructores y violentos. El hombre de hoy ha perdido su libertad, con una guerra sin tregua. Sus derechos están siendo pisoteados con despotismo; y los niños de hoy, hombres de mañana, nacen sin destino sin confianza.
¿Con esta pandemia cuando termina? Veremos con nuestra actitud y veamos algunas como mis divagaciones; que retornan a mi mente los momentos de mi niñez. De esa tierna niñez, que solo da la infancia. Y entonces me pregunto: ¿por qué no volver a esa etapa de nuestras vidas? Humanicemos al hombre, retornémosle a la humanidad el soplo de divinidad que le dio el Creador. Enterremos la injusticia, digámosle adiós a la tragedia, despojémonos del hambre y la miseria, neguémosle el paso a la ignorancia, hartémonos de pan con el hambriento y bebamos en cáliz de abundancia el agua clara de una abierta y verdadera democracia.
Y luego me vuelvo a cuestionar: ¿o soy un nihilista o soy utópico?, será ser escepticismo o un caos como Louis Antoine de Saint-Just. Y la respuesta la encuentro en unos viejos versos que escribí en el año 1972: «Somos hombres/ proyectados en el espejo de la muerte, / proyectados/ en el vacío y la impotencia./ Somos los hombres/ que no hallan eco a sus palabras». “Sé / que nada tengo/ y sé/ que nada soy / no sé / de dónde vengo / ni hacia donde voy. / ¿O vengo de la tierra . . . / o es que tierra soy? No ser negativo, ni con censura ni ser nefasto o con repulsas.
Debemos ser con triunfos, con optimismo, con animado, con mucha actitud y con ilusión. Pero creo atinado esta columna, con unos pequeños versos del poeta guatemalteco, Rudy Solares Gálvez: “Y QUE REINE LA CONCORDIA BAJO UN CIELO DE ESPERANZAN”.
/“ . . . Si no quiero ver al paso / de trompetas y centauros / entre los grito de comparsas / anunciando carnavales. / Ver al sol nacer de nuevo / entre nubes de amapolas, / que haya paz y muera el odio / en su lecho de abandono / . . . / Y que reine la concordia / destronando a la matanza, / abrazando nuestra vida / bajo un cielo de esperanza”.
¿. . . el lumpen solo necesidad esperanza, y con comida y agua, con salud, con enseñar y aprender, con Dignidad, con Solidaridad y con Justicia? ¿O solo como espíritu, solo como fuerza, solo como virtud o solo como alma?