Arlena Cifuentes
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Deseo manifestar mi enorme complacencia por el reciente nombramiento de Monseñor Gonzalo de Villa como arzobispo metropolitano de la Arquidiócesis de Guatemala lo cual significa una esperanza y nuevos aires para la Iglesia Católica en nuestro país. A decir verdad, siempre tuve la esperanza de que él fuera el elegido. Se necesita mucha sabiduría e iluminación del Espíritu Santo para poder guiar a nuestra Iglesia cada vez más confundida en un país sumido en una de las mayores crisis institucionales agobiado con graves problemas económicos y sociales que se agudizan con la llegada del Covid 19. Un país sin rumbo ni dirección alguna como consecuencia de la incapacidad y el descaro del gobierno actual.

El don de liderazgo es uno de los atributos del nuevo Arzobispo –inexistente en nuestro país- es sin lugar a dudas una condición sine qua non para dirigir la Iglesia. La capacidad de generar puntos de encuentro, de reanimar a las comunidades eclesiales, de una presencia más viva y constante son esfuerzos necesarios. Se trata de unir no de dividir, esto último es muy importante. La mayoría de católicos hoy en día están carentes de sensibilidad, quizá ha sido una constante. Tampoco asumen compromisos, tal el caso de evadir ejercer la ciudadanía que conlleva en sí una responsabilidad del cristiano –no hay ciudadanos- no se informan, se acomodan, quieren todo digerido o bien que Dios lo haga por ellos, no comprenden que nos fue dado el libre albedrío y que debemos actuar consecuentemente como nos lo manda nuestra Fe. Por ejemplo, resulta impactante que pidamos a Dios con los brazos cruzados que nos envíe un buen gobernante, el católico evidencia una buena dosis de negación y desconocimiento de la realidad.

Conocí a Gonzalo de Villa en la Universidad Rafael Landivar como mi profesor de filosofía en lo que en aquel entonces era la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales sus clases fueron apasionantes -en lo poco que lograba captar- fue de los catedráticos que dejan huella y que hacen que el alumno se empalague con la materia. Fue tan grande la identificación que lo propusimos como representante de catedráticos ante el Consejo y lo logramos. Como consecuencia de lo anterior, lo recuerdo como un hombre brillante y hoy como Arzobispo le agrego, un hombre brillante de Dios. Indudablemente Dios tiene un claro propósito en esto.

Gonzalo sabe de las dolencias, carencias y heridas que invaden a nuestra sociedad. Personalmente creo que su llegada al arzobispado no es una casualidad, representa una esperanza para la Iglesia Católica que necesita nuevos aires, oxigenarse, renovarse a través de una visión integral de la realidad nacional apegada a las necesidades actuales sin dejar de lado la buena acogida al “hijo pródigo” que a veces toca a las puertas de nuestras iglesias sin encontrar respuesta a su penuria porque nos perdemos en la rigidez de las normas establecidas que no pueden ser objeto de ninguna excepción. Soy partidaria de que la Iglesia debe ser de brazos abiertos.

Recuerdo hace muchos años, cuando llegué a la que hoy llamo mi segunda casa, la Parroquia San Martín de Porres, siendo yo una católíca light asistiendo a misa de domingo, me acerqué a la secretaría a reservar la celebración de una misa de quince años para mi segunda hija y me respondieron que no podía ser porque yo no asistía a esa iglesia y que al sacerdote de aquel entonces no se le escapaba ninguna cara, pensé que ayudaría decir que la misa de acción de gracias la celebraría Monseñor Quezada Toruño, nada valió, me fui con la cabeza agachada y un gran resentimiento. Solo Dios pudo llevarme de regreso a ese lugar que hoy es mi segunda casa.

Dios ha elegido a su Siervo, demos gracias y oremos por El.

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