Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata
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El Papa Francisco anunció el nombramiento de Monseñor Gonzalo de Villa como el nuevo arzobispo metropolitano de la arquidiócesis de Santiago de Guatemala, un jesuita ilustrado y muy conocedor de la realidad nacional. Actualmente preside la Conferencia Episcopal.

El CACIF se apresuró a emitir públicamente su felicitación y a exhortarlo “a seguir trabajando por el futuro de los guatemaltecos y por el desarrollo”. Para ellos, este nombramiento “es un signo de esperanza”, relacionando tal afirmación con “los días complejos que afronta el país”.

En el contexto de polarización que vivimos en Guatemala, a Monseñor de Villa se le considera, por diversos sectores “progresistas”, como alguien muy vinculado al empresariado nacional. Esta apreciación es propia de la polarización existente. Hace pocos meses, cuando se nombró a Monseñor Álvaro Ramazzini Cardenal, los sectores conservadores para nada se entusiasmaron. No logran, en lo absoluto, valorar su desempeño en beneficio de los sectores populares, aunque también no se puede ignorar que hay quienes, en este mismo ámbito, lo cuestionen por algunas decisiones que ha tomado.

El arzobispo de la capital ha jugado históricamente un rol de tremenda relevancia. Cuando la invasión de la CIA en 1954, el entonces arzobispo, Monseñor Mariano Rosell y Arellano, fiel amigo del dictador Somoza y rastrero del imperio, bendijo esa tragedia nacional. Años más tarde, Monseñor Rodolfo Quezada Toruño, en el mismo cargo, fue un bastión en la lucha por la paz y jugó un rol relevante para impulsar las negociaciones que permitieron finalizar el conflicto armado y firmar acuerdos con alto contenido económico, social y político (una paz con contenido).

Monseñor de Villa ha hecho declaraciones muy importantes, relacionadas con la necesidad de superar la polarización existente. Parece decantarse por la búsqueda de consensos. Este posicionamiento lo veo muy pertinente y correspondiente con lo que se debe hacer para buscar acuerdos nacionales. Él tiene dos referentes históricos que ya he mencionado, al “liberacionista” Rosell y Arellano o al visionario Quezada Toruño. En medio de esa dicotomía deberá encontrar su rumbo, si es que efectivamente se embarca en ese meritorio propósito de superar la polarización social y política que estamos viviendo.

Tal vez pecando de ingenuo, me parece que, dentro de la iglesia católica, el nombrado Arzobispo podría conversar mucho con el Cardenal Ramazzini. La iglesia católica sería un actor importante, aunque no único, en la búsqueda de consensos.

En esa dirección, el rol que Monseñor de Villa puede jugar requiere que tome distancia de los intereses y posiciones empresariales. Capacidades, experiencia, conocimiento y otros atributos tiene, pero no puede caminar en este rumbo con esa cercanía, menos ahora que los empresarios se encuentran, desafortunadamente para ellos y para el país, en una convergencia de hecho con las mafias, de la cual ojalá tengan la sabiduría para retirarse lo más pronto.

A lo anterior hay que agregar que en cualquier esfuerzo por buscar acuerdos nacionales, hay actores verdaderamente representativos que no pueden ser excluidos, entre ellos el movimiento campesino e indígena, que coincidentemente hace pocas semanas llamó a una confluencia nacional, y el cooperativismo. Sin estos actores, las elites tradicionales, las consabidas ONGs, los tanques de pensamiento, etc. seguirán haciendo monólogos autosatisfacientes.

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