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La política y las relaciones internacionales tienen muchas aristas de falsedad encubiertas por lo que se conoce como el lenguaje diplomático y lo vimos ayer cuando se produjo la Cumbre en Washington entre el presidente Donald Trump y su colega mexicano Manuel Andrés López Obrador, gobernantes que han cruzado fuertes palabras hablando uno del otro pero que ayer fueron beso y abrazo en la Casa Blanca, donde ya no se habló del odioso muro ni de inmigrantes que son asesinos y violadores. Era otra oportunidad para una buena foto electoral, con la mira puesta en las elecciones de noviembre, y a Trump le urgían los elogios que le prodigó el mexicano para demostrar que él si sabe poner en su lugar y someter a otros dirigentes mundiales.
López Obrador y Trump tienen en común esa forma de populismo que es ahora el virus político que se ha regado por el mundo y que contagia lo mismo a izquierdistas y derechistas que no tienen sustento real en ninguna ideología, sino que simplemente recurren a la promesa superficial que pueda resonar bien en los oídos de su base electoral. Ambos demostraron, con el manejo de la crisis provocada por la pandemia del nuevo coronavirus, que no se dejan llevar por los hechos y realidades sino por sus propios impulsos de populismo barato que ha significado el peor manejo del grave problema sanitario.
Ayer en la Casa Blanca, como cuando Morales se reunió con Trump, fue un día triste para los migrantes que ciertamente se ganan la vida en Estados Unidos, pero a cambio de un aporte inconmensurable por un trabajo duro y esforzado en labores que los mismos norteamericanos no quieren realizar por su dureza y alta exigencia. Esos migrantes son el caballito de batalla de Trump y cuando nuevamente en el curso de su campaña vuelva a exigir que México pague el muro (o, peor aún, diga que ya México lo pagó) y despotrique contra los “criminales que llegan desde la frontera del sur”, tales palabras deberán recaer sobre esos gobernantes que lejos de protestar por el trato despectivo y ofensivo dado a sus connacionales, llegan a besar el trasero al autor de tales insultos.
López Obrador se presenta como el político reconvertido dispuesto a romper con las actitudes y comportamientos tradicionales de la clase política de su país, pero ayer confirmó que no hay tal reconvención porque dejó en la puerta de la Casa Blanca cualquier asomo de dignidad y decencia para abrazarse con el peor enemigo de sus compatriotas, el sembrador de odio en EUA.