David Barrientos
En la sociedad de las hormigas cuando una de estas presenta sustancias nocivas en su cuerpo, se separa de su manada hasta morir con el objetivo de proteger y preservar la supervivencia de su especie, reduciendo al mínimo los riesgos asociados con la vida social, uno de los insectos más sociales en el planeta; sin embargo, el aislamiento es su recurso.
El aislamiento del ser humano es una premisa trillada en el transcurso del presente año, pero las circunstancias culturales y socioeconómicas actuales han hecho que tenga que ser en muchos casos obligatorio. A la especie humana en esta pandemia se nos han dado un sin número de normas especiales y reglas, a pesar de ello, no han sido suficientes, se ha tenido que utilizar a las fuerzas armadas y policiales para disuadirnos y que no arriesguemos nuestra integridad y la de los nuestros, se ha puesto de manifiesto que le tememos más al aislamiento; pese a la amenaza del COVID-19 nos vamos de rumba clandestina, o nos vemos obligados a trabajar en ambientes innecesariamente saturados y demás, para luego clamar ayuda, salvamento, asistencia permanente y lo que deberíamos saber es: aislarnos adecuada y/o voluntariamente, resistir hasta donde sea posible y luego acudir en todo caso a la resiliencia.
La resistencia se concibe como el soporte de una determinada fuerza externa (como este fenómeno pandémico) la cual ha superado la capacidad de muchos seres humanos, para ejercer otra fuerza contraria que la resista o supere y el nivel de resistencia se rompe. La resiliencia es la capacidad de sobreponerse y recuperarse de los efectos producidos por fenómenos y experiencias notablemente traumáticas. Resistencia y resiliencia son conceptos que por su proximidad suelen ser confundidos. La resistencia hace referencia a un aguante estoico y a una fortaleza pasiva, la resiliencia es la capacidad de recuperarse de situaciones adversas.
Sin duda alguna la vida no es lo mismo para todos, las catástrofes afectan con distinto vigor a las personas, familias, empresas, grupos sociales o Estados; algunos de estos están solo aislados, otros están resistiendo o han podido resistir, en terceros la fuerza de la resistencia ya provoco una ruptura en el momento que perdieron a un integrante de su familia, se quedaron sin empleo o sustento diario, no fueron capaces de amortizar créditos, no pudieron pagar una planilla, sus sistemas de sanidad fueron rebasados, entre otros aspectos traumáticos. Determinar en qué situación estamos, de manera individual y colectiva es sin duda el primer paso para prepararnos ante los escenarios por venir, aunque pueden ser muy críticos, lo mejor es conocer la realidad y sobre esa base tomar decisiones.
Para la construcción de capacidad resiliente en los aparatos estatales es indispensable la implementación de cambios institucionales. El ser superior debe ir más allá de la reacción de las hormigas, que se quedan en el aislamiento, acá los hombres país se hacen necesarios, su creatividad es indispensable, su involucramiento imperativo. Aislarnos como las hormigas es traicionar las virtudes de seres superiores en el planeta; no solo nos guiemos por la vista, hagamos como los insectos y otros animales olfateemos el peligro y las oportunidades individuales y colectivas.