Jorge Raymundo
Con este mismo título fue realizado el Webinar, organizado por la Mesa Interinstitucional de Innovación Educativa, el pasado 18 de junio del año en curso. Los tres expertos que participaron en este foro virtual, con buen criterio reconocieron la necesidad de crear las condiciones higiénicas y sanitarias para un sano regreso de los niños, niñas y jóvenes cuando se decida reanudar las clases presenciales. Remarcaron que este regreso en sí mismo ya no será el mismo de antes, pero fundamentalmente que la escuela tanto en su concepto físico de infraestructura, como el espacio de convivencia para el aprendizaje, sean fundamentalmente diferentes a las mismas de antes. Irremediablemente, este año o el próximo, habrá una vuelta a la escuela en forma presencial, pero esta suspensión de lo presencial provocada por la pandemia COVID19, permite valorar, no solo para este inminente regreso, sino de aquí en adelante, el rol fundamental del hogar y la familia en el proceso de formación de los niños y niñas o jóvenes del futuro. Lo cierto es que, de la noche a la mañana el hogar se convirtió en un centro de estudios y con él de repente los padres o hermanos mayores en algunos casos, se convirtieron en los “docentes”, muchos de los cuales o no tenían el tiempo suficiente o no tenían la vocación para hacerlo, pero lo han hecho, lo siguen haciendo y lo seguirán haciendo a futuro. Nadie más será ajeno a lo que estudian sus hijos en la escuela, en un buen porcentaje de padres y madres de familia. Por eso su valor agregado a esta nueva realidad que nace con la suspensión de clases, pero que se quedará para siempre.
En ese mismo sentido, se ha dicho también que los niños y niñas indígenas, ahora tuvieron más oportunidad de interactuar con sus padres, hermanos, abuelos, abuelas y comunidad en el propio idioma y practicando los valores familiares y comunitarios de respeto, de solidaridad y sobre todo de convivencia con la misma naturaleza. Al parecer la escuela en algún sentido los ha desajenado de su entorno familiar, comunitario, lingüístico e identitario. Es decir, la escuela de antes de la pandemia, ha hecho poco o nada para cultivar el idioma, la cultura, los valores, la convivencia con el entorno natural. Lo cual obliga a revisar esta carencia y fortalecerlo en la escuela como un espacio en el que se debe practicar el dialogo de saberes tan necesario para propiciar una cultura de interculturalidad.
Si algo nos ha venido a demostrar la pandemia, ya lo han dicho en todo el mundo, es que reconozcamos nuestra responsabilidad de haber provocado nosotros mismos como seres humanos la aparición de este nuevo coronavirus, pero si seguimos en las mismas andanzas de depredación de la naturaleza y la sobreexplotación de la madre naturaleza, no sería raro que en un tiempo relativamente corto, tendremos otra pandemia, de dimensiones similares o peores que la que estamos padeciendo.
En ese sentido y volviendo al nuevo sentido que le debemos de dar a la educación, al volver a la presencialidad, el aprender a ser cobra significado importantísimo, si queremos seguir existiendo como seres humanos e incluso si queremos que el planeta tierra no colapse y con él los seres humanos de esta generación. Aprender a ser, debe ser “ser más” y no tener más, porque esto nos ha llevado a donde ahora estamos. La pregunta que nos debemos de hacer es si la educación que hemos dado ha ayudado al ser humano a ser más humano o un ser humano que se ha despojado de su ser en relación. Este es un nuevo enfoque que debemos de dar a la educación pos pandemia. Una educación para la vida, se enfatizó en este foro virtual, pero la vida no solo del ser humano sino de todo lo existente. Sobre este nuevo enfoque hablaremos la próxima entrega.