Mario Alberto Carrera
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Fue durante mi vida estudiantil en la Landívar (a la que jamás volví) cuando tuve oportunidad de ser alumno de la Dra. Josefina Alonso de Rodríguez que fue la precursora de los estudios de Arte, Estética, Historia del Arte y Filosofía del Arte en Guatemala. Originaria de Cuba, vino a Guatemala y nos instruyó en las materias que arriba indico a los pocos, relativamente, que algo sabemos de esos temas en este país. Motivado por sus enseñanzas hice mi tesis sobre la estética de Marcuse y, mucho más tarde y ya egresado de San Carlos –también- impartí por muchos años el curso de Estética o Filosofía del Arte a los alumnos de licenciatura en Letras o sea en Filología Moderna y Contemporánea, departamento que dirigí.
Pero ¿a qué viene todo esto? Porque antes de mis 18 años y antes asimismo de ser discípulo de Josefina Alonso, vi desde luego muchos arcos de medio punto, de bóveda o cañón en Roma por ejemplo. Pero nunca había reflexionado en torno a la energía y a la dinámica de estos arcos de dovelas que, sostenidos gracias a la piedra clave central –sin hormigón armado- permiten espacios considerables. Los mayas no conocieron –ni creo tampoco que ninguna de las culturas de América precolombina- el arco de medio punto. De ahí quizás que sus templos se edificaran en espacios abiertos o naturales (plazas y no templos) frente a sus sitios de adoración.
Fue Alonso de Rodríguez quien me acerco a este mágico tema arquitectural: el descubrimiento del arco y su piedra clave. El descubrimiento -de las claves de las claves- en arquitectura antes del cemento armado, principio y teoría mediante los cuales sabemos qué es y qué no es esencial: el algoritmo de la educación, piedra clave para el desarrollo.
Además de la seguridad alimenticia, de vivienda con dignidad y salubridad (de las que Guatemala es una mendiga prepotente envuelta en sus harapos, hoy más que nunca evidentes con la pandemia) el siguiente espacio clave (dovela clave del arco) es la alfabetización y la educación que, supuestamente, la ridícula Constitución de la República proclama como una necesidad y derecho fundamental del ciudadano: “es obligación del Estado proporcionar y facilitar educación a sus habitantes (…) y los habitantes tienen derecho y la obligación de recibir educación (…)” ¿Se ha visto alguna vez palabrerío tan sin médula alguna y falso de toda falsedad: ¡colosal falacia!, nomás para engañar precisamente al “habitante” que debe creerse y sentirse representado en “el bien común” y, por lo mismo, en seguridad alimenticia, vivienda y salud ¡y de educación! Frases y palabras huecas que no tienen referente/objeto en la realidad del país y que por eso nada comunican.
La paupérrima Guatemala -exceptuando a unas diez familias que manejan esto como su hacienda de ganado- se encuentra varada en su condición de miserable. La economía más encogida que nunca y el desarrollo integral (por lo mismo) contraído en un trágico espasmo.
Escribo esta columna el Día del Maestro, del mentor, del pedagogo, del educador, del docente, en cuyas manos va una antorcha de luz encendida según el poema de la Lucita Valle lleno de tópicos ingenuos. ¡Día del Maestro!, oficio del que por muchos años fue la clave de mi vida, la piedra clave de mi condición de hombre y de ser maese y aprendiz de un oficio inútil en Guatemala. País donde la ignorancia ha sido, también, piedra clave para sostener el statu quo de una burguesía y unos terratenientes feudales y encomenderos, desentendidos de la educación, para manejar ¡con crueldad y eficacia!, masas analfabetas -o sin instrucción- y someterlas fácilmente y explotarlas sin piedad.
“¡Y me hice maestro que es hacerme creador!”
Pero no en esta Guatemala inmutable.