Vivimos en el país donde se ha perfeccionado el modelo de la cooptación y si el Estado mismo cayó bajo el control de poderes ocultos no había razón para que los diferentes gremios fueran quedando inmunes a esa práctica no solo tan extendida, sino generalmente aceptada. Hoy, Día del Maestro en Guatemala, en recuerdo de la educadora María Chinchilla que murió en esta fecha en 1944 manifestando contra la dictadura de Jorge Ubico Castañeda, es pertinente señalar cómo buena parte del magisterio cayó bajo el control de una dirigencia sindical que ha sabido sacarle provecho a sus alianzas con sucesivos gobiernos con los que pacta para apañar la manifiesta y descarada corrupción.
El magisterio en Guatemala fue uno de los estandartes del civismo en el país. Educadores que no sólo enseñaban con devoción a sus alumnos el sentido de la ciudadanía, sino que lo sabían mostrarlo cada vez que la patria requería del servicio de sus mejores hijos, protestando en primera fila contra distintas formas de opresión orientada a castrar al pueblo. Pero todo eso pasó a la historia cuando por voluntad propia varios de ellos se convirtieron en instrumento de negociación y a cambio de ventajas económicas no sólo dejaron de ser ejemplo de ejercicio ciudadano, sino que terminaron descuidando su principal obligación porque dejaron de ser maestros para convertirse en instrumento de una dirigencia sindical que lucra con la militancia ciega de aquellos que prefirieron el mendrugo de pan antes que la preservación de sus valores esenciales.
Y descuidaron hasta su principal función, siendo parte importante del descalabro que presenta el sistema educativo nacional cuyo deterioro es similar al que tiene el Sistema de Salud, con la diferencia de que éste quedó al desnudo con una pandemia mientras el otro, el de la educación, se reproduce silenciosamente mediante el descuido de la formación de nuestra niñez y nuestra juventud que presentan cifras aterradoras en términos de aprendizaje en los conocimientos básicos de lectura y matemática.
El magisterio más que un oficio ha sido siempre una vocación que se plasma en la formación de generaciones de niños y jóvenes que luego, gracias a las pródigas enseñanzas del maestro, se convierten en ciudadanos de bien que saben no sólo cumplir sus obligaciones sino reclamar y defender sus derechos. Y muchos perdieron esa vocación; culpamos a la televisión o internet del cambio que se nota en nuevas generaciones, pero no reparamos en que el principal orfebre para labrar esa joya que son nuestros hijos también fue víctima de la cooptación.