Por: Dr. Rodrigo Montufar R.
Catedrático Universitario
montlaw@gmail.com
La Hora nació el 19 de junio de 1920 bajo el impulso de don Clemente Marroquín Rojas, su fundador, y como fruto de la caída del dictador Manuel Estrada Cabrera, ocasión en la que el pueblo de Guatemala perdió el miedo, se levantó y derrocó al tirano junto con todo su aparato de represión. ¡Qué enorme valentía la de nuestros abuelos! Yo tuve la fortuna de vivir con mis abuelos y aprendí de testigos presenciales la historia patria desde finales del siglo XIX, con sus más sonados acontecimientos y sus personajes ilustres, sobre los que reservaré próximamente algún espacio en este querido diario.
El 11 de marzo de este año 2020 publiqué en La Hora, Tribuna no mostrador, mi contribución sobre el centenario de esa gesta patria, y cuando la escribí tuve en mente a don Clemente porque él fue uno de los líderes del movimiento del 11 de marzo de 1920 para derrocar a Estrada Cabrera. Pero la vida de este país no quedó resuelta entonces, porque la historia patria continúa hasta el día de hoy con luces y sombras.
He sido lector asiduo de La Hora, Tribuna, no mostrador, durante más de sesenta años, y conocí desde entonces a don Clemente Marroquín Rojas, su fundador, cuya vida está íntima e indisolublemente unida a este vespertino, con el que nos identificamos entrañablemente. La Hora ha hablado por el pueblo, sin ninguna duda, pero ¿cómo es esto posible? Tengo una prueba contundente de que sí es posible y para demostrarlo me permitiré evocar el lema de la Universidad Nacional Autónoma de México: “Por mi raza hablará el espíritu”, autoría de don José Vasconcelos, exrector de la UNAM y exministro de Educación de México, que con esa misteriosa expresión quiso exaltar la infinitud de la cultura de un pueblo. La Hora es uno de los pocos medios de comunicación de Guatemala que han expresado nuestra cultura multicolor y que han contribuido a conocerla, apreciarla y divulgarla dentro y fuera de nuestras fronteras. Hace varios años, en una reunión con un diplomático europeo me comentó que su embajada enviaba a su país extractos seleccionados de La Hora constantemente, para dar a conocer la situación real de Guatemala, con la confianza que este medio representaba una voz independiente y no comprometida con alianza alguna.
Este artículo es sólo un comienzo, que continuaré yo u otras gentes más al iniciarse el segundo centenario de tan insigne monumento periodístico que destaca sobre todo por su calidad. Como dice un mensaje que me llegó recientemente: “Los de la generación de oro nos estamos yendo”; y yo agrego: los de la generación anterior a la nuestra ya se fueron, así que el momento actual es para las nuevas generaciones, los milennials, quienes nacieron con la tecnología, mientras que nosotros nacimos ya con la energía eléctrica y nuestros padres todavía con la mecánica. Precisamente para las nuevas generaciones va este mensaje que deseo transmitir: deben conocer La Hora, se van a enriquecer y van a ver un ejemplo valioso de cultura permanente.
Me gustaría decir por estas líneas tantas cosas como recuerdos tengo de La Hora a lo largo de la segunda mitad del siglo XX porque este diario va de la mano con la historia de Guatemala y es un testimonio fidedigno invaluable, al grado que me gustaría proponer que la colección de diarios de La Hora sea declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
No sé si la Orden del Quetzal tiene todavía un grado superlativo más, como para otorgárselo a La Hora con motivo de su centenario.
Don Clemente tenía un pensamiento franco y directo, sin miramientos de ninguna clase porque trataba igual a todos. Era un hombre de gran cultura, estaba dotado de un exquisito léxico que se notaba en sus escritos y en sus amenas conversaciones. Evidentemente, aprovechó bien las enseñanzas de sus mentores, tales como don José María Bonilla Ruano, ilustre profesor de lengua castellana, entre otros.
Yo veía más o menos seguido a don Clemente cuando fue vicepresidente de la República, de 1966 a 1970 y debo decir que nunca lo vi con aparato alguno de seguridad, iba en su vehículo normal, con su piloto. Por aquellos años se comentaba en los ambientes de gobierno que él en su actuar como vicemandatario cumplía con sus deberes, dando además sabios consejos al presidente, y nunca irrumpió en ninguna dependencia ni en instituciones públicas, lo cual contrastaba con las actuaciones de otros funcionarios de menor rango. Me atrevo a decir que el mundo de don Clemente siempre fue La Hora y si él aceptó el cargo fue para servir a la nación, ya que se lo pidió el PR para que fuera como un punto de apoyo sólido en momentos de incertidumbre por la muerte de Mario Méndez Montenegro y ante la escogencia apresurada y consecuencial de Julio César Méndez Montenegro como candidato presidencial, con tan buena suerte que ganaron.
Al finalizar aquel período de gobierno, don Clemente volvió con toda normalidad y sencillez a sus quehaceres periodísticos en La Hora, en La Hora Dominical y en Impacto, que habían quedado a cargo de su hijo –y amigo mío– Oscar Marroquín Rojas. En realidad su forma de ser nunca cambió porque yo, políticamente irreverente, me atrevo a decir que el cargo de vicepresidente le quedaba corto.
Y la historia de La Hora siguió allá por los años 70.
Probablemente mucha gente no sabe que el expresidente de México, Luis Echeverría Álvarez, cuando vino en Vista de Estado a Guatemala en los años 70, antes de dirigirse al Palacio Nacional ordenó a su comitiva pasar a saludar a don Clemente Marroquín Rojas y al licenciado Oscar Marroquín Rojas, lo cual puso de manifiesto la admiración, aprecio y sincera amistad que el dignatario mexicano sentía por don Clemente y por mi dilecto amigo Oscar, quienes eran lo que eran por ellos mismos y no por ningún título ni puesto oficial alguno. ¡Qué hermosa lección de sencillez y autenticidad, reconocida además por un estadista!
Debo destacar que con motivo del terremoto de 1976, La Hora siguió cumpliendo con su labor informativa a pesar de la destrucción que sufrieron sus antiguas instalaciones, lo que implicó su traslado al actual inmueble.
Habría que hablar más de don Clemente para que lo conozcan las nuevas generaciones y sepan que ha habido guatemaltecos valientes, además de ilustres, cultos y ejemplares, como él lo era.
Pocos saben que la Ley del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), Decreto 295 del Congreso de la República, fue refrendada por Juan José Arévalo, como presidente de la República, y por don Clemente Marroquín Rojas, como ministro de Economía y Trabajo, allá por 1946, siendo dicho instituto uno de los grandes legados de la Revolución de 1944.
Siempre me interesó la vida enérgica de don Clemente, a quien defino como un verdadero nacionalista que, para decirlo en términos más claros, fue un verdadero patriota.
No voy a dedicar aquí una relación biográfica de nuestro personaje, porque seguramente lo harán otros columnistas o colaboradores, pero sí voy a destacar que La Hora vivió el devenir patrio conforme don Clemente se expresaba a través de sus páginas, porque él fue de los pocos, muy pocos, que narró con objetividad lo bueno, lo malo y lo feo de nuestra historia o, como se le llama hoy, la verdadera memoria histórica de Guatemala.
La Hora tuvo dos hermanos: La Hora Dominical y el Impacto, de muy grata recordación. Yo disfrutaba, como mucha gente, estos tres medios de comunicación porque cada uno cumplía su cometido en forma variada y amena.
Es justo mencionar también que don Clemente contó con el apoyo decidido, incondicional y eficiente de su hijo, el licenciado Oscar Marroquín Rojas, quien estuvo a su lado cotidianamente y con quien tuvimos una buena amistad con visitas frecuentes y pláticas extensas en temas culturales, y también con su nieto, Oscar Clemente Marroquín Godoy, quien trabajó al lado de su abuelo y aprendió en la fuente el teje y maneje de La Hora, de tal manera que hasta la fecha él la dirige como Director General, mientras que como Director el peso lo lleva el joven y talentoso licenciado Pedro Pablo Marroquín Pérez, lo cual es vital para que un medio de comunicación centenario prometa para mucho más tiempo. Conozco a una lectora que a sus 95 años, un poco más joven que La Hora, no deja de leerla diariamente.
En La Hora siempre han dado cabida con mente democrática y abierta a quien desee comunicar sus ideas, y esta singular característica es una de las razones por las cuales este diario es verdaderamente admirable para un país como Guatemala, donde expresarse ha sido estigmatizante. Yo debo reconocer que durante muchos años he enviado mis artículos a La Hora y noblemente les ha dado cabida.
Saludo con cariño, con muchísimos recuerdos, a La Hora, Tribuna no mostrador, cuántos profesores, intelectuales, amigos y contemporáneos míos escribieron aquí, y hago votos porque siga siendo ese faro de luz clara, potente y útil para las nuevas generaciones de nuestra querida patria Guatemala, de la que nos debemos sentir orgullosos.