Mario Alberto Carrera
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Las cifras son pavorosas, aterradoras. Nos abrasan y acaso nos deprimen con su tenaz angustia. Y hay un vaivén de confusión, de duda, de indecisión entre lo que “informa” el des/Gobierno de “milord” y lo que manifiestan los científicos -también tal vez a medias- porque finalmente son empleados del Gobierno en la famosa Comisión de la que ya han renunciado dos de las eminencias.
En los conscientes –que sabemos a fondo de lo fugaz de la vida- y a la vez de la muerte espantosamente real que se ensaña con determinista dedicatoria sobre todo en los “banderas blancas”- la reflexión se vuelve una visita tajante con su acerado filo. Reflexión, consciencia de lo real. Repensar en torno a la condición humana y replantearnos –motivados por las cifras infernales- la angustiosa circunstancia de la Patria ¡tan bella! cartografiada luminosa como “una copa de luz” (Gómez Carrillo) o como “el jardín del continente americano” (Rubén Darío). Pero grotesca como efecto torcido y perverso de los hijos de mala madre que nos han “ejecutadogobernado” y enterrados o exiliados para sostenerla y mantenerla desde los Estados Unidos. El destino de estos hijos “P/redilectos” es el infierno, lugar de castigos eternos. Pero como desgraciadamente no existen tales mitos de punición y escarmiento infantiles, que las masas –como los niños animistas- necesitan para sobrevivir y no desesperar, bajo el supuesto (aún más pueril) que todos irán al cielo. No conocen el Nuevo Testamento y el famoso fresco de la Sixtina donde, en el Juicio Final se reabrirán las tumbas para ser juzgados nuevamente. Y, entonces, sí será el crujir de dientes para los del el Pacto de Corruptos y sus cochinos epígonos.
Las aterrantes y esperpénticas cifras internacionales de casos y fallecidos, que nos colocan en la negligente vanguardia del descuido, de la altiva ignorancia y la irresponsable no idoneidad, nos obligan a reforzar y nutrir nuestra condición de críticos, para repensar la Historia de Guatemala sustentada y malditamente cimentada, en los podridos linajes “aycinenistas”, en la miseria que tales linajes produjeron y producen, en el color amoratado de la pandemia guatemalteca y en un futuro que se plantea –aún mas umbroso que el actual- a pesar del esfuerzo que hace la mediana empresa. La gran empresa “cacifista” se esfuerza solamente en su provecho descarado para explotar a mansalva a campesinos y obreros (e invisibilizando a los banderas blancas) vestidos –ellos- del pensamiento de Friedmann, de Hayek y del versátil Keynes, transformado el neoliberalismo -a la guatemalteca- en un vulgar “shuco” con guacamol y salchicha.
La pandemia (lo que dure) ha de ir dolorosa y solidariamente a la par – nosotros de ellos- de los condenados de la Patria. De apoyo a la corte de los milagros ¡abanderada de acusatorio blanco!, que brota de los barrancos “limonaderos” y que acaso mutarán –lo he dicho ya- en soldados implacables de una revolución que nos hundiría más aun en el infortunio.
¡Ay!, las cifras espectrales y macabras. La pandemia cunde y arruga todavía más el rostro tremendista de nuestra tierra Guatemala que, “envuelta en su andrajos desprecia cuanto ignora”.
Dos trepidantes enunciados hay en este verso valiente y desgarrado que aplico a nuestra tierra: 1. Guatemala envuelta en sus andrajos y 2. desprecia cuanto ignora.
Andrajos emblemáticos de latente furia son los “banderas blancas” que nos escupen su mirada. Y “desprecia cuanto ignora”. Porque muy ignorante es la alta burguesía, los terratenientes de J.R. Barrios- el Ejército que beligerante los apoya- y toda la panda que opina o dirigen el Poder y la palabra negociada: “filósofos nutridos de sopa de convento”, parafraseando de nuevo a don Antonio Machado.