Alfonso Mata
Hay algo que no entiendo de nuestra naturaleza. Nos conmovemos ante la muerte de un desarraigado herbolario y las razones de esta. Pero no nos conmovemos cuando esto se pluraliza. La muerte por desnutrición, por falta de acceso a medicamentos, las injusticias que a diario se presentan por sin número de causas que tienen al final como única justificación la explotación que hacemos de unos contra otros, lo vemos como transitar rutinario de la vida nacional. Nos hemos convertido en seres fáciles de conmover ante motivos nuevos, pero inamovible para actuar ante la injusticia diaria.
¿Qué nos subleva ante la muerte del herbolario de hace unos días, ante la muerte de las niñas del centro de adolescentes de hace unos años? El hecho de que alguien o algunos puedan tener tanto poder, que no hay derecho a que unos puedan hacer lo que les da la gana, cuya causa no está dentro de las determinaciones de la sociedad o la alharaca que arma la prensa ante el diario abuso de derecho subjetivo libre, arbitrario, escupiendo sobre el poder social.
Pero somos incapaces de quitar un poco de sangre a los políticos y gente de poder que a diario hacen el mal con impunidad. Callamos, desaparece nuestro espíritu de solidaridad, dejando vagar libremente sobre nuestros derechos subjetivos, al político, al que se sale de la ley, dejando que sea la relación ante Dios y la conciencia individual la que resuelva y los deje inactivos. Y de esa manera, lo que hemos logrado es esclavizarnos entre los hombres. No nos deberíamos de indignar por lo que sucede, nos deberíamos de indignar que tales cosas sucedan; pero eso no nos indigna y en buena parte porque somos culpables de ello y nadie se hecha lodo encima.
El mundo no vera nunca el término de la tiranía del político, del acaudalado a costa de los demás, ni vislumbrará libertad, a menos de que empiece a tener como ideal el encadenamiento del poder y la ambición a fines superiores. A menos que nos posesionemos de la idea que tenemos que actuar para el éxito propio y ajeno, por difícil que ello sea y cuando empecemos a vivir para ello, no para mendigar pedazos de cosas buenas como motivo de satisfacción y de lucha.
Al final, los derechos humanos no pueden existir sin la consolidación democrática, cosa que no logramos, no por divergencias de procesos administrativos dentro del Estado y los políticos, sino por los fines con que el poder es empleado: fines partidistas, corrompidos por la ambición personal. Pero en buena parte también, porque no sabemos ejercer el poder político publico los ciudadanos y entonces cada muerte, aislada de contexto nacional, sus causas, no solo nos recuerdan la maldad e ineptitud hacia lo ciudadano de parte del gobierno, sino la propia y eso indigna. No discutimos el hecho de que el sistema sea permisible a esos hechos indignantes, es la posibilidad de que se den tales hechos alejados del control común ciudadano y estatal la que nos sorprende. Falta mucho para que realmente podamos hablar dentro de nuestra patria de movimientos democráticos.