Por: Adrián Zapata
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Causó consternación el video donde Domingo Choc Che corría, quemándose hasta la muerte, por la acción de vecinos en el departamento de Petén. Don Domingo formaba parte de la Asociación de Guías Espirituales Mayas.
Esta atrocidad se encuadra en un contexto socio político, que vale la pena considerar porque podría contribuir a explicarla, al menos parcialmente.
En primer lugar está la práctica de los linchamientos, donde pobladores deciden “hacer justicia” con sus propias manos apaleando a supuestos delincuentes que apresan en aparente flagrancia, incinerándolos en plena vía pública. Hace algunos meses pude observar en una calle de cierta cabecera municipal una manta advirtiendo a los ladrones para que se abstuvieran de hacer fechorías y en ella había unos dibujos de recipientes de gasolina y una llama.
En segundo lugar está cierta “cultura” híper religiosa en la sociedad guatemalteca, inclusive a niveles de ejercicio de gobierno, donde los funcionarios se alejan de la visión laica que debería caracterizar al Estado. Como parte de esta híper religiosidad hay un avance de fundamentalismo religioso. Ya es una práctica corriente despedirse utilizando reiteradamente la palabra “bendiciones”; el mismo Presidente termina sus alocuciones públicas con el consabido “Que Dios bendiga a Guatemala”. En general, el lenguaje cotidiano está plagado de invocaciones divinas.
Las dos prácticas anteriores tienen una explicación histórico social.
El cruento conflicto armado construyó una cultura de impunidad donde se “normalizó” el asesinato de quienes el sistema consideraba “indeseables”.
Pero también, siempre en el marco del conflicto armado interno y la contrainsurgencia, la inundación de ciertas iglesias protestantes en Guatemala y en otros países de América Latina, tiene una explicación política. Fue parte de una estrategia imperial para “detener el avance del comunismo” en su patio trasero. La iglesia católica había dejado de ser confiable para los Estados Unidos a partir de la vigencia de la teología de la liberación que llevó a esa iglesia a una opción preferencial por los pobres y, en la práctica, a construir puentes entre su feligresía y los movimientos revolucionarios. Para contrarrestar este fenómeno se impulsaron esas iglesias evangélicas, verdaderas sectas, que aumentaron como hongos entre los pobres urbanos y rurales, rompiendo el tejido social y promoviendo una visión completamente conservadora. Los católicos “delegados de la palabra”, fueron masacrados (son muchos los nombres de estos mártires escritos en las columnas del atrio de la catedral metropolitana) y la gente empezó a cambiar de iglesia, como una medida de seguridad. Los católicos eran sospechosos de subversivos.
Estas iglesias suelen ser fundamentalistas y promueven una intolerancia hacia otras expresiones religiosas, no digamos hacia las manifestaciones de espiritualidad de la cultura maya. Esa espiritualidad se identifica como “hereje” y quienes la practican se considera que hacen brujerías.
El asesinato de Don Domingo se encuadra en esa lamentable realidad.