Jorge Santos

jsantos@udefegua.org

Defensor de derechos humanos, amante de la vida, las esperanzas y las utopías, lo cual me ha llevado a trabajar por otra Guatemala, en organizaciones estudiantiles, campesinas, de víctimas del Conflicto Armado Interno y de protección a defensoras y defensores de derechos humanos. Creo fielmente, al igual que Otto René Castillo, en que hermosa encuentra la vida, quien la construye hermosa.

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Jorge Santos

Los ojos de los enterrados se cerrarán juntos el día de la justicia o no se cerrarán, escribió el Premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias en su afamado libro Los Ojos de los Enterrados, publicado en 1960. En la historia y el presente las élites de este paisaje llamado Guatemala niegan la cantidad de muerte que ha producido para satisfacer sus ansias de poder, dinero e impunidad. Esta no es una historia nueva o que nos sorprenda. Tan sólo el siglo pasado Manuel Estrada Cabrera negaría a las personas que murieron resultado de la explosión del Volcán Santa María en 1902 o los fallecidos por la Pandemia en 1918. Recientemente grupos fascistas negaron el Genocidio, financiado e implementado por las élites económica, militar y política de 1978 a 1984.

Pero si a usted no le gusta irse demasiado atrás en la historia, basta recordar que hace tan sólo 2 años, cuando el Volcán de Fuego nos hizo erupción soterrando varias comunidades, el Estado guatemalteco realizó todo tipo de acción para negar, ocultar, desviar y desinformar sobre los daños ocasionados y la cantidad de personas muertas en dicho fenómeno natural. Sin embargo, a pesar de la poderosa impunidad en este país, las y los muertos nunca mienten, en manos de la ciencia y la memoria su presencia se vuelve testimonio de los hechos vividos.

A merced de unas cuantas familias que se han empecinado en mantener al país sucumbido en la podredumbre gracias a la corrupción y la impunidad, esta sociedad será responsable de buscar la verdad sobre la historia y el presente. Así como se hizo en la exhumación de la fosa común en la Zona Militar número 21, en Cobán, Alta Verapaz y en la exhumación de cientos de personas detenidas desaparecidas halladas en la fosa común del Cementerio la Verbena son los huesos de los muertos, la memoria colectiva y el aporte de la ciencia quienes hablan con la verdad sobre la salvaje violencia cometida por el ejército y las estructuras paramilitares en los 70, 80 y 90. Cada uno de estos aparecimientos nos dan cuenta de la cantidad de muerte producida que se intentó ocultar a través de diversos mecanismos, sin embargo siempre emergen y saldrán con su verdad.

Estos meses la élite empresarial instrumentaliza a sus operadores políticos, incluyendo al presidente Giammattei, para revestir de información errada, verdades a medias y distractores infantiles las reales dimensiones de la Pandemia. Para así justificar la más pronta rehabilitación de la “normalidad” aún a costa de la vida de quienes mas dificultades enfrentan, quienes quedarán más expuestas y con menos apoyo. No hay mentira capaz de desmentir la verdad que sostiene un cadáver. Los datos sin sentido, la sensación de escepticismo y la confusión generalizada no son casuales. Evidencian una situación que merece repudio y denuncia, una nueva llamada a continuar la histórica movilización social y popular por la transformación de este modelo hacia uno en el que quepamos todas y todos.

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