Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Estamos presenciando cómo la población de Estados Unidos en una semana cambió por completo el foco de su atención y del bombardeo de noticias sobre la pandemia más grande que ha vivido toda esta generación pasó a enfocarse en un viejo problema estructural con el que han convivido con esporádicos momentos de preocupación y de acción, pero que sigue latente muchísimo tiempo después de que la lucha por los derechos civiles, en los años sesenta, diera como resultado una legislación incluyente que formalmente ponía fin al racismo y permitía hacer realidad que ese país estaba organizado “para promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la Libertad”, tal y como reza el preámbulo de su Constitución.

El COVID-19 ha cobrado más de 108,000 vidas en ese país y sigue afectando a muchos, pero eso no impidió que la gente se indignara tanto con el video del brutal y criminal trato que recibió un hombre de color, al punto de lanzarse a la calle para realizar la que posiblemente sea la más memorable y extendida jornada de protestas por el tema de la violencia policial en contra de gente de las minorías raciales que son estereotipadas como criminales, simplemente por el color de su piel. Al principio las manifestaciones provocaron saqueos y destrucción, extremos que han ido desapareciendo en la medida en que los organizadores y dirigentes han ido marginando a los violentos responsables de esos actos vandálicos.

Pero el tema es que la gente en Estados Unidos decidió actuar para cambiar un viejo y grave problema estructural que se ha exacerbado en los últimos tiempos porque desde la misma Casa Blanca emanan esos sentimientos de supremacía blanca y desprecio a las minorías. Y en medio de la pandemia han decidido protestar y actuar en contra de algo que tiene mucho más tiempo cobrando vidas que el mismo coronavirus y por ello vemos diariamente a multitudes en ciudades grandes y pequeñas, reclamando por un nuevo modelo de práctica policial que cese con la discriminación y el crimen contra los habitantes no blancos.

Y es que frente a la epidemia es poco lo que podemos hacer más allá de las precauciones para no contagiarnos y no contagiar a alguien más. En cambio, hacernos sentir frente a problemas que terminan afectando a toda la sociedad sí es algo que está en manos de la gente y por ello es tan importante ese viraje que se vio en una semana en el comportamiento de la opinión pública en Estados Unidos.

Acá estamos en medio del problema estructural más grave, el de la impunidad, que también significa pérdida de vidas porque la corrupción rampante hace que recursos del Estado, que debieran salvar vidas empezando por las de nuestros niños desnutridos, se vayan al bolsillo de los sinvergüenzas que necesitan tener un sistema judicial que les proteja y evite sobresaltos como los que sufrieron desde el 2015 cuando empezó la lucha contra la corrupción.

En medio de la pandemia la sociedad debe estar vigilante y activa para impedir que el Pacto de Corruptos 2.0 pueda imponer a sus Cortes para asegurarse la impunidad que permitirá que su fiesta de latrocino continúe. Atentos a esta epidemia, pero pensando en esa otra, la de la impunidad, que ha hecho un daño irreparable a este país.

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