Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata
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La indignación es una expresión de ira, que manifiesta una condición emocional que fácilmente puede desbordarse en acciones de diferente tipo, inclusive violentas. Puede ser individual y/o colectiva. En este último caso, las masas pueden convertirse en actores determinantes que obligan a cambios radicales, impensables cuando priva la normalidad. Por eso las visiones conservadoras y reaccionarias deifican el equilibrio y la ausencia de contradicciones, porque así se aseguran que el statu quo se mantenga y se reproduzca.

Ahora bien, no toda indignación colectiva transita hacia los cambios que la situación requiere, ya que regularmente se caracteriza por la espontaneidad y la falta de orientación estratégica.

Traigo esto a colación para referirme a la indignación que ha provocado en los Estados Unidos el asesinato de George Floyd, hecho criminal que no es aislado, sino que correspondiente con otras acciones similares de la policía estadounidense.

Lo que se está viviendo en ese país a lo largo de su geografía es una manifestación de indignación colectiva. Responde a condiciones estructurales e históricas que explican el racismo prevaleciente. Trump sólo ha atizado el fuego y seguramente lo azuzará aún más con las respuestas represivas que pretende dar a las protestas.

Con mis afirmaciones anteriores no desconozco que las contradicciones puedan ser canalizadas hacia propósitos transformadores, evitando que se manipulen para que nada cambie o bien ocasionando una convulsión social que cause caos, sin transformaciones. Sólo quiero darle una gran relevancia al rol que puede jugar la indignación cuando se convierte en un fenómeno masivo. Me atrevería a decir que, en las actuales condiciones del mundo, ella es tal vez el más importante motor de movilización social.

Hace pocos meses, Sur América protagonizó un fenómeno similar. Los pueblos, indignados ante la grosera desigualdad socioeconómica que en gran medida provocaron las políticas neoliberales, se echó a las calles en diferentes países para protestar y exigir transformaciones. Aunque sin duda hay empobrecimiento, lo que indigna es la desigualdad. En las calles de Bogotá y Santiago de Chile, por ejemplo, no se veían obreros o campesinos protestando, eran principalmente las clases medias que viven el choque cotidiano de esa esa desigualdad.

México es otro ejemplo de indignación, expresada electoralmente con el apoyo popular contundente para AMLO. Este país es, en tal sentido, afortunado, aunque algunos sectores empresariales resistan el avance de la Cuarta Transformación porque se niegan a perder privilegios y cuenten con cajas de resonancia en las capas medias, cegadas por un odio ideológico increíble (fueron silenciosamente cómplices de la corrupción de las administraciones priistas y panistas y ahora se rasgan las vestiduras ante cualquier traspié, real o imaginario/inventado, de AMLO). Y digo que México es afortunado porque el gobierno de MORENA podría ser la opción para evitar el desborde de indignación de las masas y canalizarla hacia transformaciones profundas, pero graduales.

En fin, Estados Unidos está en una encrucijada. La indignación puede dar la oportunidad de avanzar en derrotar el racismo estructural y no empantanar al país en una convulsión social incontrolable y el caos generalizado.

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