Eduardo Blandón
Hay toda una industria de la mentira y parece que aún no estamos preparados para advertirlo. Ya sea porque somos inocentes, por pereza mental o porque cedemos a las ideas compartidas según nuestra ideología, somos presa fácil de los timos cotidianos que aparecen tanto en las redes sociales como en los viejos periódicos tradicionales. Y eso es vergonzoso.
Sí, como mínimo da pena porque aunque muchos tengamos títulos universitarios no parece que hagamos mérito a tantos años de estudio. Con lo que es posible que se deba no a la falta de lectura, sino a una actitud floja aprovechada por los siniestros manipuladores tras las «fake news». Toman ventaja de nuestra ceguera moral para inocular a diario sus maquinaciones perversas.
Esa es la razón por la que usted y yo recibimos cotidianamente, en los grupos de WhatsApp, por ejemplo, muchos mensajes que no dan ni siquiera para la literatura menor. Mentiras burdas viralizadas por espíritus frescos que con generosidad las comparten como quien riega la huerta. Un ejercicio nada bucólico porque pervierte a las almas conduciéndolas al error.
Ignoran que son parte efectiva de un mecanismo de relojería diseñado por el mismo Satán. Son profetas del mal cuyo castigo ejemplar quizá no aparezca en la Divina Comedia porque, aunque la mentira sea de antología, sus artificios y refinamientos son demasiado contemporáneos, gestados en eso que llaman «era de la información». ¿En qué momento nos convertimos tan diligentes en la propagación de embauques?
Quizá cuando se nos facilitó reenviar mensajes a través de una sola pulsación. Nuestra maldición ha sido ceder al movimiento fácil de un clic. Irracionales, ya con hábitos acendrados, esparcimos «urbi et orbi» la cizaña que hará brotar malas decisiones, prejuicios, odio, violencia y a veces hasta muerte. Es extraño que la Iglesia hable poco de los colaboradores de lo subrepticio y los cómplices del disimulo.
Siendo tan religiosos los guatemaltecos deberíamos vivir en una especie de «paradisus veritatis», esto es, en un espacio sobrenatural de culto escrupuloso a la Verdad (con mayúscula). Sin embargo, los cristianos, seducidos por emoticones y memes, traicionando el imperativo de ser astutos como serpientes, viven entretenidos compartiendo la filiación con el padre de la mentira. Puros hijos de Belcebú.