Eduardo Blandón
El impacto que sobre diversos ámbitos de nuestra vida está teniendo la pandemia será recordado por mucho tiempo. Más aún si su incidencia es superior como es el caso de quienes pierden a un ser querido o cierran una empresa. Como sea, vivimos días que con el tiempo calan profundamente, mientras nos sumimos -como si no fuera poco – en una incertidumbre que nos paraliza sin saber cómo adaptarnos.
Creo que estamos a medio camino y eso nos hace temer aún más. No sabemos hasta dónde llegaremos económicamente, si nuestro sueldo seguirá siendo seguro, si laboralmente tenemos garantías o si el país se congelará a causa de razones imprevistas. Igualmente, hay pavor por el desconocimiento médico de la enfermedad. No solo se ignora cómo tratar el virus, sino también las nuevas formas que adoptará (las famosas mutaciones) y el impacto que tendrá sobre los diversos órganos del cuerpo.
Vivimos días de ceguera severa. No ven los médicos ni las farmacéuticas en busca de una cura a la enfermedad, tampoco (más profanamente) los políticos. Ellos, como nosotros, dudan qué hacer. Los palos de ciego de los gobernantes son de antología, caminan oscilantes e inventan fórmulas difíciles de gestionar por una ciudadanía siempre crítica y plural. Titubean los grandes, desde la Merkel en Alemania, pasando por Macron y Conte en Francia e Italia, hasta llegar a los más obcecados tontuelos como Trump y Bolsonaro, en los Estados Unidos y Brasil.
Los curas y pastores también han sufrido miopía (con sus excepciones, claro). En Nicaragua, por ejemplo, en algunas iglesias católicas continúan las celebraciones de eucarísticas y en Italia, la CEI, la Conferencia Episcopal Italiana, criticó duramente a Conte por no levantar las restricciones al culto público. Violan la libertad religiosa, expresaron airados. Para el registro histórico lo dijeron así:
“Los obispos italianos no pueden aceptar ver comprometido el ejercicio de la libertad de culto. Debe quedar claro para todos que el compromiso de servir a los pobres, tan importante en esta emergencia, proviene de una fe que debe poder alimentarse de sus fuentes, en particular la vida sacramental”.
Nadie estaba preparado para una emergencia de esta magnitud. Sin embargo, solo queda la entereza, el ánimo y la persistencia. El optimismo. Resistir estoicamente con las reservas de energía de un coraje virtuoso. Con ello, contribuiremos a los de poco aliento, a los espíritus débiles, los que necesitan apoyo y son menos voluntariosos. Y sí, si queremos viralizar o propagar algo por las redes sociales, que sea la esperanza de un porvenir próximo que está por cumplirse. Si no, callar puede ser un gesto invaluable en este período pandémico.