La forma intempestiva en que se decidió el cierre del país el pasado jueves y la nada clara forma de comunicarlo a la ciudadanía provocaron serios problemas a muchísima gente pero, sobre todo, al guatemalteco que vive al día y que no dispone de medios para mantener una bien proveída alacena. Un mal elaborado plan para contener la pandemia provocó no sólo innecesarias aglomeraciones sino justificado descontento y confrontaciones que no le hacen ningún beneficio al país. Obviamente el gobierno tiene sus enemigos que están activos, pero hay que decir que les está facilitando la tarea con decisiones precipitadas y poco razonadas, además del tono que se ha utilizado, de regaño parejo, que naturalmente genera un mal ambiente.
El balance para cumplir con el deber de proteger la vida implica preocupación tanto por evitar los contagios como la que debe haber por entender las necesidades urgentes de la población. Los países que han dictado severas y estrictas cuarentenas se preocupan por establecer mecanismos para facilitar el acceso a la comida y no se piensa sólo en los que tienen acceso a servicios de reparto a domicilio sino se entiende que hay muchísima gente que no goza de ese privilegio y se dictan disposiciones para escalonar horarios en los que la gente pueda acceder a los centros de suministro.
Lo del jueves por la noche fue un arrebato mal pensado y peor ejecutado. La confusión quedó sembrada desde esa misma noche y no hubo fuentes oficiales que se encargaran de aclarar dudas ni de orientar a la población para desenredar los entuertos. Afortunadamente se entendió lo absurdo de la medida de limitar severamente la operación de mercados y supermercados, puesto que como se había decretado era obvio que el resultado sería de mayores aglomeraciones y más contagios, situación que quedó sin efecto con la revisión anunciada anoche.
Los mismos especialistas no entendieron la lógica de ese cierre de tres días para abrir luego los cuatro siguientes (que ahora ya son cinco) y por ello es que hemos insistido tanto en que es necesaria la asesoría de epidemiólogos, además de infectólogos, para hacer frente al coronavirus. El ansiado distanciamiento social se perdió en muchos sitios el mismo viernes con las aglomeraciones en las tiendas de barrio y hubiera sido imposible con la restricción de horarios en mercados y supermercados.
La rectificación es oportuna pero se debe revisar también el proceso de la toma de decisiones y de su comunicación en las cadenas informativas. No estamos en tiempos de impulsos ni de arrebatos o regaños. La conducción requiere serenidad.