Napoleón Barrientos

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Guatemalteco, originario de Alta Verapaz, forjado bajo los principios de disciplina, objetividad y amor a la patria; defensor del estado de derecho, de los principios de la democracia, con experiencia en administración pública, seguridad y liderazgo de unidades interinstitucionales.

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David Barrientos

La crisis del coronavirus es, sin duda, un momento definitorio en la historia contemporánea, cuando es evidente la falta de coordinación política global, regional y hasta local, por lo que es necesario que los países encuentren mecanismos efectivos de cooperación; ya el cambio climático lo ha mostrado, pero la pandemia lo expone dramáticamente, el riesgo ya se convirtió en una amenaza global.

Los Estados Unidos se han puesto frente al espejo, su gestión ante el COVID-19 agudiza la corriente de la desoccidentalización del mundo, la carencia de una gestión ante la pandemia ha puesto en duda su modelo sanitario y laboral. China por su parte intenta ser solidaria y cooperativa para la prevención y lucha contra el coronavirus, un ejercicio que sin duda no es altruista; ejerce un papel de actor en el nuevo orden, la potencia asiática está decidida a ganar peso y centralidad en la nueva articulación de un sistema global. Rusia ha consolidado su rol internacional con un perfil de prudencia. La Unión Europea ha mostrado que su estado de bienestar es débil, la soberbia eurocéntrica les hizo no valorar la amenaza, Italia y España llegaron tarde frente al coronavirus; además, con su incapacidad para coordinar y armonizar ante tal crisis pandémica, mostró que está lejos de ser un proyecto social común. Todo ello tiene en aprietos a la globalización y puede cambiar el centro de gravedad del sistema global y de las relaciones internacionales.

Las actuales instituciones internacionales, como la ONU, no ha podido contener una guerra como la invasión a Irak, la organización mundial de la salud es el gran ausente antes y durante la pandemia COVID-19, el Fondo Monetario y el Banco Mundial, no funcionan adecuadamente para resolver los problemas de nuestro tiempo, han quedado obsoletos, no están a la altura de los requerimientos de la gobernanza mundial; los órganos planetarios no pasan la prueba.

Si nos trasladamos a las instancias regionales podremos observar que tampoco están a la altura de los desafíos que tienen que ver con las preocupaciones reales de la ciudadanía de América Latina. La ausencia de instancias efectivas que afronten esta problemática supranacional está más que a la vista. La premisa de “sálvese quien pueda” ha sido la norma en esta pandemia; la supremacía de lo individual ha sido un obstáculo para la cooperación que imponen las crisis, incluso algunos gobernantes negaron la crisis hasta donde pudieron, como México y Brasil.

Por su parte algunos gobiernos, intervienen en la economía y defienden a los trabajadores; otros se esfuerzan por fortalecer su salud pública; otros preparan y ejecutan planes de solidaridad. Lo cierto es que existe hoy la necesidad de proteger la vida y de consolidar un sistema de salud universal; la vida es una condición esencial para la sobrevivencia de la economía, y ello ha provocado un retorno explícito del “Estado” al centro de los tableros, contrario a la retórica neoliberal y a los argumentos de la izquierda, el Estado nunca ha dejado de tener el poder, sus capacidades continúan aumentando. Como una familia necesita un orden, el globo también precisa de cambios dramáticos en las ideologías políticas y en el equilibrio de poderes.

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