Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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De epidemias, pandemias o pestes dan cuenta documental -mediante la literatura o la pintura- algunas obras identificables y otras anónimas. Desde la Biblia en el Antiguo Testamento (o más atrás, acaso en la Ilíada homérica) hasta recalar en la famosa y extraordinaria novela de Camus: “La peste”.

Por medio de estos textos y cuadros -que encogen el corazón humano porque lo pone en la “situación límite” que no le es dable rebasar, según Jaspers- temblamos de emoción porque estos canales de la comunicación -tanto pintados como escritos –a través de una de las funciones del lenguaje del lingüista ruso- nos ubican y nos enfrentan a la fragilidad y a la nada que es el hombre, enrostrado a las acciones de la Naturaleza que no podemos cambiar: ciclones, huracanes, tempestades y, más taimadas y perversas: las enfermedades y la ancianidad de las que el padre de Buda quiso protegerlo encerrándolo en la campana de cristal de su palacio.

Por esos viejos documentos que ejercen, como digo, una de la funciones del lenguaje propuestas por el conocido lingüista ruso Jakobson y desde luego –antes- por Saussure, sabemos del comportamiento humano ante la peste como se le llamaba antiguamente (hoy epidemias y pandemias) y podemos –hipotéticamente- conocer la angustia y la desesperación del humano ante estas catástrofes que adquieren un tinte menos trágico, en el “Decamerón” de Boccaccio, para arribar a “La Peste” camusiana, donde al narrador (que asume el rol de cronista) nos cuenta los avatares de la peste negra-bubónica (“literaturizada” y” ficcionada”) en una ciudad de Argelia (Orán) cercana al pueblo donde nació Camus, francés argelino, en la época en que esa región del norte africano era colonia de Francia.

En esta obra que amplía lo que fue lo mejor de la filosofía existencialista (de los años 40 y 50 y quizá hasta 60 del siglo pasado) donde florece, asimismo, la tremendista narrativa de Sartre, podemos darnos cuenta de que las medidas sanitarias y médicas del distanciamiento social, aislamiento, confinamiento (que algunos hoy experimentan como si fuera la cárcel) son normas o protocolos (como se estila decir en 2020) que se adoptaron acaso desde la Antigüedad grecorromana y hebrea.

Los personajes protagónicos de “La Peste” encarnan el terror y el miedo a ultranza. Viven en 1940-45 (tiempo en que sitúa Camus la novela) practicando el asilamiento, el confinamiento y el distanciamiento social con resignada conducta, especialmente si dan positivo en las pruebas médicas de personajes secundarios.

Lo que pasa en Guatemala –igual que en España y tal vez en todo el mundo- es que nos hemos vuelto tan poco altruistas y tan poco solidarios (y con ello excluyentes) que nos pesa toda forma y manera de incomodidad. Los hombres, tras la tormenta u ola del feminismo, nos hemos afeminado al mutar los roles sociales de género y ¡todos y todas!, para usar esta frase demagógica, nos volcamos o inspiramos en las viejas ideas (la mayoría sin saberlo) del antiguo hedonismo grecorromano, donde la búsqueda del placer es lo primero, lo prioritario en la agenda vital de las mujeres y los hombres de 2020, que ya no vivimos el hambre sufrida en la I y la II Guerra Mundiales. Y de los indígenas de Guatemala.

Hedonistas, todo aquello que pinta como estoicismo solidario nos asusta y nos deprime. Hijos del capitalismo hipertrofiado y del consumismo desbordado y obsolescente, hoy la Voluntad (de Schopenhauer y de Nietzsche) nos pone a prueba; (o, en el contexto cristiano, el Dios en el que creen) para dar, para el sacrificio por el bien común y por uno mismo, mediante un egoísmo personal que se torna socialismo.

Quédate en tu casa aunque te seduzcan las discotecas y los tragos hedonistas. Así salvamos vidas.

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