Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com
Se habla en Occidente (no sé si en Oriente también) de una
“nueva realidad” que se insinúa como si fuera un antes y un
después de Cristo, es decir, de una nueva manera de ser del
hombre y, en nuestro caso, de un guatemalteco radicalmente
distinto, luego del confinamiento, como si se tratara del la
segregación que sufrieron los judíos, a manos de los nazis
supremacistas, en los campos de concentración o guetos
infernales y, para usar un tópico, dantescos en toda la
extensión del adjetivo.
Para empezar a analizar la semántica y acaso la hasta la
genealogía y etimología de las voces que componen la frase
de montar una “nueva realidad”, debo decir que no creo que
nuestro “calvario” sea tal, porque un confinamiento de unos
tres meses no llegará a fundar una “nueva realidad”, que
significaría la creación de una nueva moral y, asimismo, de
una nueva sensibilidad, de una nueva gnoseología, de un
enfoque distinto de la Guatemala dividida en que vivimos,
donde se diera una sociedad sin exclusión, sin racismo, sin
lucha de clases, porque tal lucha ya no tendría justificación.
Habría entonces que montar, también, una hermenéutica,
para retomar y repensar los valores que componen esta
realidad.
Mutar este mundo -éste estar en él- con la idea de un
trastoque que buscaría el bien común a ultranza, tras el
sufrimiento (y la redención) de la pandemia, de la “nueva
peste” que ahora nos acorrala y nos confina y nos desespera.
Pero ¿somos y estamos verdaderamente confinados? No
exactamente. Porque por allí también hay que comenzar.
Pues el término confinado y confinamiento, estricto sensu, se
debe aplicar al que ha perdido o se priva de la libertad en
una cárcel. En una de esos presidios asquerosos y
promiscuos y bestiales que son las cárceles guatemaltecas.
Sí que nos han privado de la libertad –el bien más grande que
tenemos- y, por tanto, de la locomoción -cuando se nos
antoja y podemos económicamente- en el dolce far niente del
ocio, acaso en Chulamar, Las Lisas o echándonos porros
riquísimos en Atitlán. Por ahora todo eso nos ha sido vedado,
amparado en el estado de alarma o de terror -que se corona
con toque de queda- como en los tiempos en que por debajo
mandaba Arana Osorio y, por arriba y aparentemente,
presidía el pobre Méndez Montenegro, fantoche de la
oligarquía, que se investía de académico togado.
Esos tiempos recios, según la frase de Santa Teresa de
Ávila, sí pudieron haber construido -tras vivir ella con un
tapabocas que solemnizaba la majestad suprema del rey y su
corte- ante los que nadie podía protestar -incluyendo a
Quevedo- que, de cuando en cuando, pretendió “salirse del
guacal, sí pudieron levantar la arquitectura de una “nueva
realidad”.
¿Fundar una “nueva realidad” significa fundamentar un nuevo
Estado nacional, inspirados en la postmodernidad y la
deconstrucción de la moral y los valores de hoy -que pasaría
a ser borrón y cuentea nueva? O un mero fingimiento para
gastar, por ejemplo unos 11 mil millones de quetzales, suma
que por colosal es casi impensable, y que, medrando
disimuladamente, podría construir una “nueva realidad” -pero
de nuevos ricos- que ha de procurar una obscena indigestión
(en el Ejército, y de nuestro Estado fallido o más bien Estado
paria) al estilo del “Pescado Indigesto” de Galich, donde
Mamurra compra todas las conciencias.
Repienso este planteamiento que a lo mejor no es otra cosa
que la creación de un mundo nuevo, tan falso como el infierno
o su antípoda. Debemos hacer una nueva “Genealogía de la
Moral” para no ser víctima de los que formulan “nuevas
realidades”, con la intención de prometer algo inalcanzable,
pero que nos consuela o consuele Y, a ellos, los haga más
ricos.