Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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La pandemia del COVID-19 esperada en Guatemala con indolencia y desdén, vino a exacerbar los ánimos de la población; cambiaron las rutinas, obligó a pensar en aspectos de sanidad y mostró que los prejuicios sociales son vanos a la hora de estar amenazados con el fin de la vida.

Guatemala es un país pobre con una pésima reputación en el mundo por haber sido administrada por militares y civiles al servicio de la élite económica que define los criterios de gobernabilidad y represión social hacia los sectores campesinos, obreros e intelectuales, tildándolos de delincuentes subversivos, comunistas y terroristas.

El Coronavirus desnuda la pobreza económica de la mayoría de la población que habita en el área rural; en menor escala, en los cinturones de pobreza y asentamientos en las áreas urbanas con un índice elevado de desnutrición infantil y de corrupción narcopolítica.

También descubrió la pobreza espiritual, moral y social de la iniciativa privada agremiada en las diferentes cámaras de agricultores, comerciantes, industriales, constructores, financieros y la banca nacional, pues las miserables donaciones que ha hecho son una vergüenza que se puede considerar como limosna social atendiendo al volumen de los ingresos que obtienen de sus millonarias ventas, escamoteo del pago de impuestos, contrabando de materia prima y raquíticos salarios que pagan a sus empleados. Como ejemplo podemos citar las empresas que venden miles de automotores al Estado y ahora solo donan tres o cuatro unidades.

Sí, del gato, aunque sea un pelo; algo es algo, pero eso no justifica la mezquindad y egoísmo que exhiben en comparación con los millones de quetzales que anualmente tienen como ganancias por las ventas fijas a los gobiernos de turno; por supuesto, existen excepciones muy contadas de empresas que si cumplen con honradez sus obligaciones y ayudan al prójimo sin aparatos de publicidad, ni bombos y platillos.

El Diccionario de la Lengua Española (DLE) define la palabra donación así: “Liberalidad de alguien que transmite gratuitamente algo que le pertenece a favor de otra persona que lo acepta” circunstancia que en este caso no se cumple por la mayoría de las empresas que “donaron” dinero o especie para paliar la pandemia del COVID-19. Al hacerlo de manera oficial, ipso facto los impuestos sobre los montos de las donaciones serán deducidos de sus declaraciones a la SAT.

Naturalmente que es bueno haber donado insumos de muchas clases que fueron dirigidos a los Hospitales COVID-19 ubicados en el Parque de la Industria en ciudad Guatemala, Petén, Quetzaltenango y Puerto Barrios; pero, también es justo indicar a la población que dichas donaciones son insignificantes ante la capacidad material y dineraria que tienen, sin que ello llegare a menoscabar su patrimonio.

No estoy en contra de los comerciantes, industriales y empresarios, NO, pero si veo con estupor que sus donaciones hayan sido paupérrimas (adjetivo superlativo de pobre) y sean vistas como una limosna en contraste con el espíritu de la donación. Felicitaciones y muchas gracias a quienes hayan actuado de buena fe.

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