Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Cuando uno piensa en lo que estamos viviendo y entiende que no es la primera pandemia mundial que ha causado tantos muertos, se da cuenta que la mayor diferencia está en la velocidad de la propagación, porque mientras las anteriores pudieron ser también globales, como la de la mal llamada gripe española, hace poco más de cien años, no fueron explosivas como la actual y es que la gran diferencia está en las enormes facilidades de comunicación existentes ahora. Viajar hace cien años era una odisea que apenas unos pocos podían emprender, pero actualmente es relativamente fácil ir a cualquier lugar del mundo y entre viajes de negocios y de placer, millones de personas se desplazaban diariamente hasta que se vio la necesidad de cerrar no sólo fronteras sino hasta viajes dentro de los mismos países.

Obviamente este confinamiento que se está viviendo en tantos sitios del mundo tendrá secuelas y dejará sus huellas, pero también tiene que ser un momento de reflexión, una especie de alto en el camino para repasar los logros y deficiencias de nuestra vida puesto que cuando se manifiesta ese anhelo de regresar a la vida que todos llevábamos hasta principios de este año vale la pena detenernos por un momento a pensar si no conviene también aspirar a algo más. Sobre todo si entendemos que el mundo distaba mucho de ser perfecto y que son muchas las cuestiones que ahora notamos, desde una perspectiva diferente por esta nueva realidad que nos coloca a todos en un mismo plano, donde no hay diferencias porque la vulnerabilidad frente al virus nos hace más iguales.

Lo más cómodo, por supuesto, es regresar a lo mismo puesto que apenas se requerirá de esfuerzos de prevención para evitar los contagios hasta donde sea posible pero si eso ocurre, me temo que estos días, semanas o acaso meses de sacrificio sean un verdadero desperdicio porque estaríamos dejando pasar una oportunidad que, según mi opinión, Dios nos está dando para recapacitar sobre el mundo que la humanidad ha construido en los últimos tiempos.

La solidaridad que se ha vivido en estos días es hermosa. Hay sincero deseo de ayudar a los semejantes, de preocuparnos unos por los otros y ese sentimiento no puede ni debe ser efímero. Es cierto que somos individuos y que cada uno tiene características diferentes que nos hacen únicos y especiales, pero eso no significa que perdamos la capacidad de ser empáticos con las situaciones ajenas y que nos olvidemos tan rápido de saber valorar esas nuevas experiencias que el coronavirus nos ha permitido.

Vemos reacciones de preocupación por el sufrimiento ajeno a las que no estábamos acostumbrados porque la rutina diaria, con su velocidad demandante, no dejaba espacio para pensar en esas situaciones que hoy nos causan estupor. Pensar en los demás ha sido una de las nuevas emociones y la actitud de tanta gente que se arriesga para servir a sus semejantes, no sólo pero especialmente en el área de salud, se ha convertidos en algo positivo y ejemplar que puede ser inspirador para reflexiones sobre lo que podemos y debemos hacer.

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