Arlena Cifuentes
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En el contexto de la crisis provocada por el COVID-19 en las redes sociales encontramos toda una serie de videos y mensajes con diferente contenido, entre ellos aquellos que resaltan las lecciones aprendidas que nos ha dejado el sufrimiento por el contagio de dicho virus lo cual para nuestro país no aplica ya que aún no hemos llegado a los niveles de expansión como lo han vivido los países asiáticos y europeos que han padecido los efectos mortales del mismo. El mensaje que subyace es el de la esperanza. Después de que sea superada la pandemia emergerá un nuevo ser humano, un hombre y una mujer renovados: idílicamente se recuperarán los valores perdidos, la ética retomará su sentido, la bondad, la solidaridad, la generosidad emergerán, seremos una sociedad transformada.

Decir que hemos sufrido o que estamos sufriendo es una gran mentira para una buena parte de la población. Si, efectivamente, hay un alto porcentaje de personas que está siendo afectada al carecer de sus fuentes de ingreso y no poder proporcionar el sustento diario a su familia, de ellos es de quienes tiene que ocuparse el Estado responsablemente. Los habitantes de los países que ya vivieron en carne propia la pandemia y doblaron rodillas ante la dolorosa experiencia sí podrían compartirnos las lecciones aprehendidas.

En Guatemala seguimos viendo al COVID-19 pasar de lejos, seguramente no nos tocará porque así somos de inconscientes. El tráfico que circuló en días pasados fue inexplicable lo que nos demuestra que para la inmensa mayoría que posee un automóvil aquí no está pasando ni pasará nada. En lo personal creo firmemente que quien dio el banderazo de salida fue el Presidente Giammattei en su segunda o tercera conferencia con los agregados de las exitosas medidas que estaba implementando su gobierno. Por un lado, todo está bajo control y por el otro, con posterioridad todo se resuelve con el uso de la mascarilla que es lo que se le ha vendido a la población. Pero lo que importa es la mascarilla, aunque sea de mentiras.

Y digo mascarilla de mentiras porque la inmensa mayoría asume y cree estar protegida con cualquier cosa que utilice como tapabocas, es irresponsable hacerles creer que portando una mascarilla no serán contagiados. En las calles vemos a los vendedores ambulantes ofreciendo pedazos de papel o burda tela de colores por un quetzal, que control tiene sobre esto el Ministerio de Salud. Entiendo el problema de la sobrevivencia de quienes las venden, pero el pueblo que las usa está en alto riesgo de contagio.

El COVID-19 es una realidad y hará de las suyas, está feliz de haber encontrado una especie humana fuera de serie, en donde le será muy fácil implantarse como un gran devorador de vidas. Siempre manifestaré que las medidas adoptadas por el gobierno no fueron ni son lo suficientemente efectivas, la pandemia pudo haberse contenido con medidas contundentes reduciendo así la pérdida de vidas humanas y lo que tanto preocupa a quienes le dan un enfoque económico a la crisis, la contracción de la economía. En los próximos días veremos cómo poco a poco nos acercaremos al repunte. ¿A quién culparán gobernantes y gobernados?

Es de vital importancia tener en mente que desconocemos el número real de infectados o portadores del virus por las pocas pruebas realizadas.

Para finalizar, deseo resaltar lo injusto que resulta la frase “quédate en casa” es ingrato y lo repiten todos los sectores desconociendo la existencia de la desigualdad social. Que bonito sería que la población que vive de la economía informal pudiese quedarse en casa –si es que la tienen- si no salen “no comen”. El quédate en casa está bien para los que tienen resuelta su sobrevivencia que son quienes llenan las calles y avenidas de la ciudad.

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