FRANCISCO CÁCERES BARRIOS
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Todo parece indicar que el guatemalteco malentendió el término distanciamiento social empleado como una práctica aconsejable para evitar el contagio del coronavirus COVID-19. Ello significa no acercarnos mucho o no tener contacto con otras personas, guardar una distancia prudencial y más todavía cuando así permanezcan por largo tiempo; no saludarnos con un apretón de manos, un abrazo o con algo más peligroso todavía, darnos un besito en la mejilla en señal de aprecio y amistad. Digo esto, porque cada vez más he podido apreciar que el tal “distanciamiento” se utiliza de manera equivocada y con todo tipo de personas, por ejemplo el otro día llegué a una sucursal de un banco acompañado de otra persona y sin haber puesto un pié en el interior de la misma, el agente de “seguridad” se abalanzó sobre mí para advertirme a grito pelado, que solo se permitía el ingreso de una sola persona, sin acompañante. Claro, me obligó a responder en el mismo tono o tal vez con un grado más agresivo todavía.
¿Qué nos pasa? Es que el “permanecer en casa” lo hemos tomado como un aislamiento total con la sociedad; el compartir con la familia a la mayoría le pone los pelos de punta y cuando es forzosamente salir para ir a hacer una diligencia personal vamos a ver quién nos la paga y no quién nos la debe. Creo que estas actitudes o comportamientos no son las que ha estado pidiendo el presidente Giammattei, al contrario, he podido apreciar en él un deseo ferviente de conmovernos, para que nos sintamos más humanos, que pensemos más en el prójimo que en nosotros mismos.
¿Ha sentido usted estimado lector los gestos y miradas de los motoristas cuando pasan rozando las portezuelas de nuestros vehículos con ánimo agresivo, de reto o para demostrar que él es más fuerte, más poderoso, más rápido y que tiene que salir forzosamente de primero, incluso antes que encienda la luz verde del semáforo? ¿Ha podido apreciar en los peatones que cuando atraviesan el mentado “paso de cebra” lo miran con cólera porque usted va dentro de su automóvil y ellos deben hacerlo a pie por falta de transporte colectivo? ¿Y qué decir de tirarle encima la carreta del supermercado?
Por otra parte, es usual enterarnos por los medios de comunicación social de muchas manifestaciones de personas que, por ser vendedores de granizadas, de chuchitos en la calle o de lavar ropa ajena creen tener el exclusivo derecho de quejarse, echando sapos y culebras por la boca, ante la situación difícil por la que estamos pasando sin embargo, ¿olvidan a propósito o no están enterados que otros todavía están en peores condiciones, porque ser propietarios de un establecimiento comercial, industrial, agrícola o de servicios, lo obliga a tener muchos empleados, como que ello representa tener miles de compromisos mucho más grandes, difíciles y delicados? No por favor, hoy más que nunca, debemos entendernos mejor y no distanciarnos más.