Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

post author

Eduardo Blandón

Cómo terminará la cuarentena será una decisión que cada uno debe tomar. Esto porque hace días escucho la preocupación sobre nuestros estados de salud, mental y física, al terminar los días de encierro. Dicha ansiedad está fundada por las condiciones a las que, sin mayor preparación, nos imponen estos días particulares.

En ese sentido, no son disparatadas las bromas que describen la obesidad con la que saldremos de nuestras casas si nos descuidamos. O los desajustes conductuales sufridos por la reclusión y los contactos a veces violentos con los que tenemos cerca. No estábamos listos para tanta intensidad. Demasiado para nuestra vocación esteparia.

Siendo francos, sin embargo, esas rarezas no se las debemos al coronavirus. Afirmarlo no es sino una coartada astuta para justificar (tan oportunos que somos) tantas tuercas flojas en nuestra psique maltrecha. Ya éramos enfermos, odiosos, misántropos, flojos y con tendencia a la ira. La violencia contra los vecinos, amigos y familiares, solo encontraron nuevos cauces con el COVID-19 y el resultado ha sido el propio de una naturaleza -así como la nuestra- conflictiva y torcida.

Sí, claro, esto no lo esperábamos y nosotros mismos (todos en general) nos desconocemos un poco. Pero si nos sinceramos frente al espejo, observaremos que Satanás ya tenía una morada confortable en nuestra conciencia. Dejemos la religión a un lado, el genio maligno al presentarse las circunstancias afloró como debía y su producto es lo que estamos viendo (y continuará -aunque con menos sorpresa-) hasta que acabe el confinamiento.

Mientras eso sucede, advertidos de nuestra proclividad malsana, podríamos hacer algo para cambiar lo que quizá no sea una condena. Hay que abandonar la molicie, por ejemplo, y empezar a movernos un poco, renunciar a la televisión y dejar de comer frituras. La voluntad tiene que hacer lo propio evitando los episodios de ira, puede que la clave esté en mantenerse ocupado: cuidar el jardín, lavar el carro, pintar la casa… Y si nada funciona, la familia agradecerá mayor encierro, en el estudio, el baño o el sótano. Hay demonios que requieren más que ayuno y oración.

Me parece que son días de prueba para la mayoría de los mortales. No nos dejemos arrastrar por las circunstancias condenando a los que queremos. Hoy más que nunca debe fingir normalidad, actuar como quien domina la situación y es dueño de su carácter. Con suerte logre persuadir su teatro a los que le rodean y salga menos enfermo de como llegó a la cuarentena. Usted y yo sabremos al final que se trata de poses porque su anormalidad (y la mía sin duda) es congénita y no se cura.

Artículo anteriorEl Estado y la filantropía
Artículo siguientePersonal de salud y trabajadores del campo y la ciudad son héroes y solidarios