Cuando se está frente a una crisis como la provocada por la pandemia del coronavirus es natural que se tenga que pensar en lo inmediato, en el control de las formas de propagación de la enfermedad y preparar la atención de quienes resulten infectados, sobre todo cuando hay un sistema de salud precario que es resultado de años de saqueo y malversación. Y creemos que en ese sentido, dentro de las limitaciones existentes, el gobierno ha ido tomando acciones que, fundamentalmente, apuntan al distanciamiento social que ha sido exitoso en otros lados y la adopción de medidas drásticas como el uso obligatorio de mascarillas y demandar que salvo los trabajadores en ciertos servicios esenciales, la gente se quede en su casa.
Además ha avanzado en la preparación de centros hospitalarios de emergencia para atender a los contagiados del COVID-19 y ha logrado resultados. Cierto es que en términos de control de la propagación le falta asesoría de expertos en epidemiología de enfermedades infecciosas y que se puede lograr mucho más si deciden llamar a expertos que están ansiosos por poner su grano de arena.
Se dice que no hay precedente para lo que estamos pasando y que son situaciones inéditas, pero creemos que hay que repasar bien la Historia. El mejor ejemplo que tenemos es el del terremoto de 1976 que mató a decenas de miles de personas y destruyó prácticamente la infraestructura del país. En ese momento se empezó a trabajar con la idea de la reducción de desastres y así se atendió lo inmediato, como fue enterrar a los muertos y atender a los heridos, además del inicio de las labores para retirar los escombros para evitar que el ya muy próximo invierno viniera a hacer nuevos estragos.
Pero lo que realmente evitó que en aquellas condiciones viniera un estallido social fue el acierto de la creación del Comité de Reconstrucción Nacional que, como su nombre lo indicaba, se concentró en el esfuerzo de dirigir la necesaria reconstrucción y ayudar a la gente a rehacer su vida después de la catástrofe. Fueron dos trabajos paralelos: por un lado atender la emergencia de forma eficiente e inmediata y, por el otro, centrarse en las necesidades del futuro para evitar que las consecuencias del desastre natural alteraran el equilibrio social. Se produjo la mayor oferta de terrenos y de vivienda en la historia del país y la gente se sintió atendida en sus necesidades con eficiencia y honestidad, pero además se reconstruyó la infraestructura para evitar el colapso económico.
Experiencias sanas que hoy deben tomarse en cuenta.