Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com
Lo más probable es que usted no se acuerde de los “streaker”. Y si usted lector tiene menos de 45 años su memoria no debe guardar ningún recuerdo de las orates acciones de los desnudos corredores que, a toda velocidad y con un par de tenis por toda vestimenta, atravesaban raudos, en cueros o en piel, como los atletas griegos y romanos de las palestras –vigorosos y carnales- los campos universitario s de EE.UU ¡a plena luz del día! Y también lo hacían en otras principales y conocidas explanadas como la Concordia en París, la de S. Marcos en Venecia, durante los años que he dado en llamar “La década prodigiosa: los sesentas un poco más, un poco menos.
Aquí en Guatemala ninguno nos atrevimos a ser un “streakers” ni a hacer un “atreaking”. Los colmos y extremos a que nos atrevimos algunos varones (que no la mayoría de jóvenes como hoy ni menos todos) fue dejarnos la barba, el pelo largo, los pantalones marineros de campana y cintura muy baja, la “body shirts” (que algún novelista dice por allí que yo todavía las uso, pero no de “pop corn), los cinchos anchísimos con enormes hebilla con el eslogan “love anda peace”, los trajes “Nehru –sin corbata y con cuello de tortuga y largos collares y medallones que yo me quitaba a toda prisa antes de llegar a la casa, porque si no se me hubiera armado “la de Dios es Cristo” (y todavía se escucharían los gritos de mi padre que creía estar aún en la Escuela Politécnica, con sólo pensar que su hijo vistiera unisex. Claro que con los años al ver lo salones de belleza para los dos sexos, donde hombres y mujeres alternábamos cortándonos el pelo (yo) pero otros tiñéndose, porque las canas son ya muchas.
Desnudarse es lo que más le cuesta al guatemalteco, por eso es que muy pocos narradores pasarán a la historia. Lo nuestro es la máscara, el disfraz, aquel señor tan recogidito, la mentira, la doble moral, por ello muy pocos novelistas o cuentistas trascenderán. Lo nuestro es el disfraz, la careta, el antifaz y la mentira, el desconócete a ti mismo, el terror al psicoanálisis y el terror de mostrar las carnes mugrientas y putrefactas por anticipado ¡y del alma!, que todos tenemos pero que imaginamos (no nos gana “Cándido”) que el vecino no sólo no tiene amnesia sino que carece de ella en absoluto. Lo más divertido es que nuestros vicios son secreto a voces
-puesto que se publican en Plaza Pública- que se murmuran y se susurran en cuanto le damos la espaldas al “amigo” de toda la vida y sobre todo del colegio a María. Y esto es recíproco. Colosalmente recíproco. Por ello y por otras razones -tal vez mucho más sádicas y violentas- como en los guetos humanos.
Por eso durante los sesenta y entrados los setenta no le hicimos al “streaking”:” Trabados”, siempre “trabados” como una demostración más de que pertenecemos a la Guatemala inmutable que dicen que ahora se volverá más salsa con el Dr. Alejandro Giammattei.
La que no se cubre y se desnuda delante de todos es Salomé porque tiene más dinero que Trump” bajo la mezquita de Omar o de la Roca, porque todos ellos se entienden. Ellos son los de “El discreto encanto de la burguesía” que guarda silente las apariencias. La que condena la violencia pero la cultiva a diario en casa. La que quiere mandar a todos sus enemigos al patíbulo y que se practique la pena de muerte al que se robe un chile relleno.
El “Pacto de Corruptos” es el único que viste sus mejores galas.